La señora leía en la cama un libro de liberación femenina. Vestía un camisón floreado, de franela; llevaba calcetones de lana anaranjados; se había puesto una máscara de algas amarillentas; usaba lentes de fondo de botella y tenía la cabeza llena de rizadores. Interrumpe la lectura del libro feminista, se vuelve hacia su esposo, y le pregunta con enojo: "¡Oye! ¿Por qué tú nunca me tratas como objeto sexual?"... Le dice un portugués a Babalucas: "Soy de Madeira". "¡Ah! -se admira el tonto roque-. ¡Como Pinocho!"... El guía invitó a los cazadores a visitarlo en su cabaña. Sobre la chimenea, junto a varios trofeos y fotografías de caza, estaba un rifle de dos cañones, imponente. "Es mi arma favorita -explica el guía con orgullo-. Con él cacé 15 alces, nueve osos, 30 ó 40 venados, 20 pumas y cuatro yernos"... Ante el consejero matrimonial el esposo de doña Frigidia declaró que su mujer no disfrutaba el sexo. "¡Naturalmente que lo disfruto! -protesta doña Frigidia-. ¡Pero este maniático sexual quiere que lo hagamos cinco o seis veces en el año!"... En cierta ocasión, hace ya mucho tiempo, fui a perorar en Anáhuac, Nuevo León. Manejando yo mismo mi automóvil llegué al sitio donde daría mi conferencia: un cine enorme. Faltaban cinco minutos para que comenzara el acto, y no había absolutamente nadie en la gran sala. Ningún comentario hice; traté de ocultar mi nerviosismo a los dos señores que me habían recibido. A la hora exacta en que debía empezar la conferencia esos amables caballeros me condujeron al escenario, y uno de ellos me dijo: "Puede usted empezar". Y se sentaron los dos, muy serios, en la primera fila. Debo haber puesto cara de más tonto, pues uno de ellos me instruyó: "Usted comience. Nada más no diga al principio nada de importancia". Tomé el micrófono, pues, y empecé a hablar. Agradecí a los dos señores su invitación y su presencia, que mucho me honraba. Luego hablé de la temperatura ambiente. En seguida hice el elogio del cine donde nos encontrábamos, tan grande él, tan bonito el color de sus paredes. Y entonces ¡oh milagro! empezó a llegar la gente. El público entraba a oleadas; a montones. En 5 minutos se llenó aquel vastísimo salón. Supe después que en Anáhuac era mal visto llegar antes que los demás a un evento, así fuera boda, velorio o conferencia. Las familias enviaban a un niño, o a alguien del servicio, a ver si ya había empezado la función. Una vez iniciada, se apresuraban todos a llegar, para no perderse nada. Cuando vi que el público había llegado ya, completo, entonces sí empecé mi conferencia. Guardo con mucho afecto esa memoria de Anáhuac; evoco su paisaje; el bondadoso trato de su gente; la tradición de sus gallos de riña y sus caballos de carrera. Me parece estar viendo aquel cine tan grande -y de paredes pintadas tan bonito-, lleno a su máxima capacidad de un público risueño, aplaudidor. Ahora Anáhuac está bajo las aguas, y de sus miles de casas sólo algunas asoman su techumbre sobre la inmensa anegación. Todo el pueblo es un gran damnificado. Hago llegar mi sentimiento a esos buenos nuevoleoneses fronterizos, y a su disposición me pongo, pa' lo que gusten mandar... Llegó con el urólogo un sujeto lleno de congoja. "¡Doctor! -clamó angustiado-. ¡Tengo en la entrepierna una tumefacción constante que cualquiera calificaría de erótica, y aun envidiaría, pero que a mí me causa mucha desazón! ¿Qué puede usted hacer por mí?". Lo revisó el galeno, y vio en el sitio tumefacto una como pulguita diminuta. La retiró con cuidado, y la parte afectada del sujeto volvió inmediatamente a su proporción normal. El facultativo consultó ahí mismo sus libros , y encontró que la picadura de ese insecto, exótico y rarísimo, era lo que causaba aquella tumefacción constante. "¿Cuánto le debo, doctor?" -preguntó el tipo, aliviado. "Ni un centavo -le respondió el médico-. Sólo déjeme la pulguita. Me voy a hacer millonario alquilándola"... FIN.