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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El señor llamó por teléfono al médico de la familia. "Mi esposa -le dijo- se siente algo indispuesta". "Póngale el termómetro rectal -pidió el facultativo- y dígame qué indica". Regresó el hombre al teléfono. Le dice al doctor: "Leo aquí: 'Húmedo y ventoso'". El médico precisa: "Le dije que le pusiera el termómetro, no el barómetro"... Babalucas hizo en la mesa del restorán un movimiento torpe, y tiró un plato que al caer se hizo añicos en el suelo. Llama al mesero y lo reprende: "Eres un mentiroso. ¿No me dijiste que éste era el plato fuerte?".. Aquel profesionista joven y soltero contrató a una criadita. Le pidió vagamente: "Quiero que me laves la ropa, y esas cosas". "La ropa sí se la lavo -respondió la criadita-, pero esas cosas tendrá que lavárselas usted mismo"... Una viejecita fue sorprendida en el cementerio militar robándose las cintas de las ofrendas fúnebres. "Las uso -se disculpó ante el juez- para adornar mi ropa interior". El juez hizo venir a una policía mujer a fin de que comprobara el dicho de la anciana. La revisó la agente. En efecto, la viejecita había dicho la verdad: en la prenda que le cubría el busto había cosido un listón que decía: 'Caído en el cumplimiento del deber'; y en los choninos lucía una banda con la leyenda: "Al héroe de mil batallas'"... Las obras literarias que recogen los frutos de la musa popular, sobre todo aquellas que se relacionan con el sexo, han sido siempre objeto de sospecha. En las antiguas bibliotecas, si acaso eran admitidas, se les ponía en un rincón llamado "Avernus", el Infierno. De otras se hacían ediciones expurgadas. Quienes pertenecían a un círculo de escritores de mente más abierta, como Ovidio y Catulo, y escribían cosas de sicalipsis o erotismo, se veían en la necesidad de justificar sus escarceos. "Mis versos son lascivos, pero mi vida honesta", se disculpó Marcial. Otro escritor, Plinio el Joven -llamado así porque tenía sólo 72 años-, publicó sus poemas "traviesos" precedidos por un prólogo en el cual daba una larga lista de autores serios que habían escrito también sobre temas sexuales. En México un paisano mío, Armando Jiménez, sacó a la luz, hace justamente 50 años, su "Picardía mexicana", seguramente el libro del cual más ediciones se han hecho en el país. Recogió un rico acervo de cultura popular, y a nadie pidió perdón por ello, pues sabía que en eso que los espíritus estólidos consideran obsceno o inmoral se esconden verdades grandes acerca de la naturaleza humana. Hay, en efecto, ideas y conceptos que se han de ventilar para quitarle a la sexualidad el enfermizo miedo con que la ven algunos, y reconocerla no sólo como una realidad insoslayable de la vida humana, sino también como fuente legítima de creación artística. Hace unos días murió Armando Jiménez. En ocasión inolvidable, ataviados los dos con toga y con birrete, me invistió como miembro de número de la ilustre Academia Alvaradeña de la Lengua, lo cual consta en solemne pergamino que lleva las firmas hológrafas- o sea de propia mano, y no facsimilares- de Salvador Novo, Camilo José Cela, y el propio tocayo mío, y coterráneo. Con esta evocación rindo homenaje a quien tanta alegría dio a sus semejantes... El Padre Arsilio estaba confesando a doña Facilisa. Le preguntó, severo: "¿Engañas a tu marido?". Respondió ella: "¿Pos a quién más, padre?"... Rosilí llegó a su casa con su pequeño hijo. Llorosa, gemebunda, les contó a sus padres que su marido la había echado de la casa. "¿Por qué?" -le preguntó su madre, consternada. Relata Rosilí: "Tenía sospechas de que yo lo engañaba con un norteamericano. El niño dijo hoy sus primeras palabras. Y esas palabras fueron: 'Hi, Daddy!'"... FIN

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