Don Hamponio tuvo dimes y diretes con la justicia. A consecuencia de eso pasó cinco años en la cárcel. Su esposa, Malatesta, le prometió esperarlo. Su amor, le dijo, resistiría la prueba de los tiempos. El día que don Hamponio salió de la prisión lo primero que hizo fue encaminar sus pasos al añorado hogar. Y lo primero que vio al entrar en él fue a su mujer refocilándose en pasión carnal con un sujeto. "¿Qué es esto?" -clamó con voz airada. "¡Pobrecito! -dijo Malatesta dirigiéndose a su concubinario-. Pasó tantos años privado de la libertad que ya olvidó qué es esto". "¡No lo he olvidado, mala pécora! -prorrumpió don Hamponio-. Sé muy bien qué es eso. Mi pregunta era retórica, interjectiva. ¡Infame! ¡Juraste que me esperarías!". "Pero, Hamponio -se justificó ella-. Algo tenía qué hacer para entretener la espera. Tú sabes que me aburro cuando no hago nada". "Muchas cosas podías hacer, desventurada -contestó el recién llegado-, sin incurrir en esta iniquidad. Pudiste ir al gimnasio; tomar clases de yoga; bordar en punto de cruz un paisaje holandés con molinos de viento y tulipanes; interesarte en el feng shui o en cualquiera de las disciplinas orientalistas que ahora están de moda; juntar cupones de los supermercados; ingresar en el Apostolado de la Oración... En fin, hay muchas cosas que una mujer virtuosa puede hacer sin caer en pecado de lujuria". "Para todo eso que me dices -replicó Malatesta-, excepción hecha de bordar en punto de cruz un paisaje holandés con molinos de viento y tulipanes, hay que salir de casa. Y a mí me gusta el recogimiento del hogar". "¡En otros recogimientos te complaces, mala zorra! -estalló don Hamponio-. Saldré de casa y pasaré la noche en un hotel. Si al regresar mañana vuelvo a hallarte en esta comprometida situación, delinquiré de nuevo, a fin de apartarme de tu vida por otro plazo razonable". Así dijo don Hamponio. Y sin despedirse de su esposa, ni hacer siquiera una leve inclinación de cabeza a su amasio, salió de la habitación dando un portazo. Ya se ve que las rejas no le habían quitado el sentido de la dignidad. Digo todo esto porque los partidos políticos están cayendo en extremos de indignidad escandalosos, según se vio en las recientes elecciones locales. Recurrieron esos partidos a toda suerte de guzpatarras -linda palabra que significa juegos engañosos- con tal de levantarse con el triunfo. Los ciudadanos tenemos que estar alerta para no dejar que esa actitud de burdo pragmatismo nos contagie, infecte, contamine, infeste, inocule o inficione. Sobre todo inficione. No hemos de dar nuestro voto a quien más posibilidades tiene de ganar, sino al partido o candidato que proponga, con actitud ética y de servicio, acciones de bien para la comunidad. Esto, lo sé, parece ilusoria fantasía. Pero debemos ser como el marino: nunca podrá tocar la estrella que lo guía en su navegación, pero no la pierde de vista, pues extraviaría el rumbo. Seamos así nosotros. ¡No perdamos jamás de vista nuestro ideal! (Nota: me reservo los derechos de este último párrafo, desde donde dice: "Debemos ser como el marino", hasta donde dice: "¡No perdamos jamás de vista nuestro ideal!", para usarlo en el concurso de oratoria que próximamente habrá de celebrar el Club de Amigos de la Elocuencia)... El recién casado y su flamante mujercita eran metódicos y sistemáticos: acordaron hacer el amor todas las noches a las 9.15. Sucedió que la muchacha se resfrió, y el médico le recetó unos antibióticos. Todos los virus desaparecieron, menos tres. Dice el primero: "Voy a esconderme en la parte trasera de su oreja. Ahí el medicamento no me encontrará". Dice el segundo: "Yo me ocultaré en el dedo pequeño de su pie". Y el tercero dice: "Allá ustedes si quieren quedarse. Yo me iré de aquí cuando salga el rápido de las 9.15"... FIN.