Rosilita, cándida pequeñuela, fue despertada en medio de la noche por un concierto de maullidos: eran los gatos y las gatas que en la azotea cumplían el eterno rito de perpetuar la vida aun con mengua del descanso nocturnal propio y ajeno. La mañana siguiente, al despertar, Rosilita le preguntó a su madre: "Mami: ¿por qué anoche los gatos hacían tan feo?". Turbada por la súbita pregunta, la señora acertó sólo a responder: "Es que les estaban sacando las muelas". Ese mismo día el papá de Rosilita volvió de un viaje que lo tuvo alejado de su esposa durante dos semanas. Al siguiente día Rosilita le preguntó a la señora: "Mami: ¿anoche papi te sacó las muelas?"... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, fue a que le practicaran un examen médico que le pedía la compañía de seguros. El médico era joven y apuesto. Le dice a la señorita Celiberia: "Desvístase, por favor". Y grita la añosa dama lanzando al aire la primera prenda: "¡Yupi!"... Lord Feebledick se enteró de que un tal Busycock, antiguo alumno de Eton, le hacía el amor a su señora, lady Loosebloomers. Lo buscó en el club, y se dirigió a él con ominoso acento: "He sabido, señor mío, que está usted durmiendo con mi esposa. Soy enemigo de violencias, pero quiero que sepa que, en venganza, me propongo dormir con su mujer". "Hazlo, old chap -le contestó el tal Busycock, desenfadado-. Con ella sí se duerme"... Desde la altura del Templo de la Paz el panorama de Acapulco se ve maravilloso. Algo lo afea, sin embargo: en una roca se mira la palabra "Rumbo" escrita en grandes letras. Debería prohibirse atentar así contra una visión tan bella como ésta. Otros lugares turísticos se han puesto más de moda al paso de los años, pero si mis cuatro lectores me permiten una perogrullada les diré que Acapulco es siempre Acapulco. Tiene una cierta magia que otros sitios no tienen; un encanto que, aparte de su hermosura natural, brota de su historia -de sus historias- y de su tradición. Hace unos días estuve en Acapulco. Visité a Johnny Weissmuller en el Hotel "Flamingo", y comí en un espléndido restorán, el Julio→ s, que no es de los turistas, sino de los acapulqueños. (La próxima vez pídele a tu taxista que te lleve ahí). Luego de pésimas administraciones perredistas Acapulco luce de nuevo sus mejores galas. Tan pronto pueda volveré otra vez ahí. Será como volver a mí otra vez... Llegó don Astasio a su casa y, como de costumbre, halló a su esposa Facilisa en compañía de un desconocido. En esta ocasión la pecatriz estaba con un enano. Tan grande fue la impresión de don Astasio al toparse con aquella inusitada vista que ni siquiera acertó a sacar la libreta donde tenía apuntados los denuestos que a su mujer decía en tales ocasiones. Lo único que pudo decir fue: "Mujer infiel!". Respondió con toda calma doña Facilisa: "Medio infiel, nada más. Fíjate con quién estoy"... Don Frustracio, el esposo de doña Frigidia, se asomó por la ventana y comentó: "Hay luna llena". Dijo doña Frigidia, presurosa: "Hoy no. Me duele la cabeza"... El padre Arsilio notaba que las velas del altar desaparecían misteriosamente. Llamó al sacristán, y le dijo que lo iba a confesar. Ya en el confesionario le preguntó, severo: "¿Quién se está robando las velas del altar?". Respondió el rapavelas: "Perdone, padrecito. No lo escucho bien". "¡Bribón! -se enoja el señor cura-. ¡Yo te oigo perfectamente!". "Pero aquí no se oye bien -insiste el sacristán-. Déjeme ocupar su lugar, y venga usted al mío, y lo verá". Cambiaron, en efecto, de sitio. El sacristán pregunta entonces: "Dígame, padre: ¿quién se ve con mi mujer cuando yo no estoy?". Exclama con simulado asombro el padre Arsilio: "¡Mira, es cierto! ¡No se escucha bien!"... FIN