Se inicia esta columneja con un chascarrillo de subido color. Las personas que no gusten de leer chascarrillos de subido color -o de color subido- deben saltarse en la lectura hasta donde dice: "Una cosa es segura.", etcétera. Había en la selva una casa de mala nota para los animales. La dueña del establecimiento era Madame Pantera. Cierta noche llamó a una de las muchachas que ahí prestaban sus servicios, la Bella Boa, y le dijo: "Lo siento mucho, Bella, pero me veo en la necesidad de prescindir de tus servicios". "¿Por qué, Madame?" -se angustió la víbora. "Porque te comes a los clientes -respondió la pantera-. Nada menos la semana pasada te tragaste al chacal, que cometió la imprudencia de solicitar tus servicios. Hace un mes estuvo en tu cuarto el mono, y nadie ha vuelto a saber de él. Seguramente el infeliz corrió la misma suerte. De hecho todo mundo canta: '¡Es la Boa!'". Se echó a llorar, desconsolada, la serpiente. "¡Perdón, madame! -gimió-. No negaré mi culpa. Es cierto: el hambre me obliga a veces a devorar a la clientela. Pero el oficio de la vida airada es mi más grande vocación. No hago esto por el dinero, no. Lo hago por puro amor al arte. 'Ars gratia artis', reza el lema latino de la Metro-Goldwyn-Mayer, y yo hago mía esa noble aspiración: el arte por el arte. ¡No trunque mi carrera, por favor, madame! ¡Le prometo sofrenar mi gula!". "Está bien -cedió la pantera-. Te daré una segunda oportunidad, pero sólo para que los lectores de este cuento no vayan a decir: '¡Ay, eres mala y traicionera; tienes corazón de fiera!'. Está aquí el conejo, y de momento no hay otra chica que lo atienda. Lo pongo en tus manos (es un decir), pero prométeme que no te lo comerás. Ejercita en él tus más bajos apetitos, pero no tu apetito". "¡Lo juro!" -ofreció solemnemente la boa-. Y cumpliré mi juramento. ¡No soy una arrastrada!". Fue la pantera, pues, y llevó al conejito al budoir de la serpiente. Ahí los dejó solos. Sinuosa, con movimientos serpentinos, la boa atrajo hacia sí al asustado conejo. Pero no bien sintió su tibieza y suavidad se manifestó en ella el instinto primario: el de comer. Abrió las tremendas fauces, y en ellas desapareció el desdichado conejito. Empezó a deglutirlo la serpiente, para lo cual hizo funcionar sus poderosos anillos opresores. De pronto, sin embargo, recordó la promesa que había hecho a la pantera, y con la misma fuerza con que se había tragado al conejito lo devolvió a la luz. Cayó el conejo todo despatarrado, exhausto y exprimido, y exclamó con jubilosa delectación: "¡Caramba! Si así hace el sexo oral, ¡cómo hará el otro!". Una cosa es segura: la política es muy insegura. Decía César Garizurieta que un puesto político está en el aire hasta no cobrar la primera quincena. En tiempos del priato había, sí, una certidumbre: cuando se manifestaba la voluntad presidencial no existía ya la duda. Pero ahora, con esta cosa tan complicada que se llama "democracia", suele suceder con frecuencia que del plato a la boca se cae la sopa. Y todo lo demás se cae también, pues con la sopa se pierde hasta el impulso de la generación. Ahora hay que salir a buscar votos; no como antes, cuando se necesitaba un solo voto para ganar una elección. Desde luego en nuestro tiempo hay fuerzas antes desconocidas que sirven para inclinar la voluntad de los electores. De ellas la principal es la televisión. Pero tampoco en la TV puede cifrar un candidato la plena seguridad de su victoria. Debe entonces aplicar en su campaña las tres famosas eses que -según los enterados- sirven para ganar una elección: suela, sudor y saliva. Por eso dijo un político de antaño cuando se vio enfrentado a las nuevas circunstancias: "¡Ah qué latosa es esta fregadera de la democracia!". El papá primerizo veía arrobado a su hijo recién nacido. Le dice a su esposa, con orgullo: "Y tiene muy grande lo de abajo ¿verdad?". "Sí -responde ella-. Pero al menos en la nariz sí se parece a ti". FIN.
