Doña Panoplia, dama de sociedad, estaba muy a disgusto con la mucama de la casa, y se lo dijo. “No sé por qué no le agradan mis servicios -alegó ella, irritada-. Cocino mejor que usted, y llevo la casa mejor que usted”. “¿Quién te dijo eso?” -se amoscó doña Panoplia. “Su marido -replicó la muchacha-. Además, en la cama soy mejor que usted”. La copetuda señora se amoscó aún más. “¿También eso te lo dijo mi marido?”. “No -responde la mucama-. Eso me lo dijo el chofer”... El cliente le pidió a la cajera del supermercado: “Quiero que me haga un favor. El cartón de huevos póngalo hasta abajo, y las latas échelas encima, de manera que quiebren seis o siete huevos. Luego rompa la envoltura del pan a fin de que se moje todo con la lechuga que meterá sin envolverla. El frasco de jugo de naranja colóquelo sobre los tomates, para que los aplaste. Y asegúrese de que las bolsas que me dé estén rotas, de modo que al salir de aquí se me caiga todo”. “Señor -le dice desconcertada la muchacha-. No puedo hacer eso”. “¿Por qué no? -rebufa el individuo con enojo-. ¡Todo esome lo hiciste precisamente ayer!”... Uglilia, mujer bastante fea, mandó su foto al Club de Corazones Solitarios. Recibió la siguiente respuesta: “No estamos tan solitarios”... El sultán le propuso a una odalisca que formara parte de su harén. “Total -le dijo-, donde comen 51 podemos comer 52”... Babalucas fue a consultar a un médico. Inmediatamente le dijo el facultativo: “Es necesario que cambie usted de aire”. “¿Tan mal estoy, doctor?” -inquirió con angustia Babalucas. “No lo sé-responde el galeno-, pero tiene un aire de pindejo que no le favorece nada”... Aquel sargento reprendió al soldado: “No te vi ayer en la demostración de camuflaje”. Contesta el soldado con una gran sonrisa: “¡Gracias, mi sargento!”... El anticuario le pidió al comprador 100 mil pesos por un mueble del tiempo de Maximiliano. “Es muy caro” -dijo el cliente. “Señor -replica el anticuario, no tiene usted idea de lo que han subido los materiales y la mano de obra”... Rosilí, joven colegiala, les anunció a sus padres que estaba un poquitito embarazada. Aunque el anuncio lo hizo en tono de contrición, compunción, conturbación, consunción y conmiseración, el severo papá de la muchacha se mostró poco dispuesto a la condonación. Le preguntó, ceñudo: “¿Y quién es el papá de la criatura?”. “No lo sé exactamente -replicó muy afligida Rosilí-. Pero está entre la banda de música y el equipo de futbol americano”. (Nota: 216 presuntos responsables)... Sentí pena por las declaraciones que hizo el cardenal José Sandoval Íñiguez en relación con las uniones civiles de los gays, y las adopciones de hijos por parejas homosexuales, y más me apenó el tono en que las hizo, soberbio y destemplado. Ciertamente sus manifestaciones corresponden a los dictados de la Iglesia, pero están muy alejadas del sentimiento cristiano. El jerarca tiene derecho a expresar sus opiniones -yo mismo he expresado la mía, favorable a esas uniones y contraria a aquella forma de adopción-, pero el lenguaje que utilizó el cardenal para externarlas no es el de un dignatario culto y educado, sino el de un rabioso fundamentalista que no muestra, ya no digamos tolerancia, pero ni siquiera respeto o consideración humana para aquellos a quienes ofendió con sus palabras. Tal actitud contrasta con los dictados del Evangelio sobre el amor al prójimo. Oraría yo para pedir al Espíritu Santo que ponga en ese Príncipe de la Iglesia el don de la prudencia, pero tan indigno hijo de la Iglesia soy que de seguro mis oraciones no serían escuchadas. Durante los próximos días, sin embargo, sufriré vergüenza ajena, y si alguien me pregunta: “¿Eres católico?” responderé: “Sí, pero no tanto”... FIN.