Torreón Calidad del aire Peregrinaciones Tránsito y Vialidad

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Nuestros abuelos se cuidaban mucho de las corrientes de aire, especialmente de aquellas que daban en la espalda. Temían que con ellas viniera una de las llamadas "pulmonías cuatas", anuncio seguro de la muerte. "Aire por atrás, nomás el que sale es bueno", rezaba una sentencia popular. Cierta muchacha fue a un baile, y creyó oir que su galán le dijo en una de las vueltas de la danza: "Huele usted a azucena, señorita". Ella, halagada, agradeció el cumplido. "Las azucenas -comentó- huelen muy bien". "No -aclaró el tipo-. Dije que huele usted a su cena". Y es que ella había dejado escapar uno de aquellos aires no admitidos en la buena sociedad. A tal acción la llaman los ingleses "to break wind", soltar un aire. La expresión no es nada nueva; aparece en un travieso dístico de Santo Tomás Moro (1478-1535): "To break a little wind sometimes ones life doth save. / For want of vent behind some folke their ruine have". Traduzco libremente: "Dejar salir un poco de aire puede a veces salvarnos la vida. En la falta de ese aire trasero mucha gente ha encontrado su ruina". Doña Panoplia, dama de la alta sociedad, invitó a don Vitelo Pelanas, caballero de rancia familia, a visitarla en su finca del campo. Para recibirlo en la estación del tren hizo que su cochero preparara el tílburi, un carruaje ligero, de dos ruedas, tirado por un solo caballo, y ella misma se avino a conducirlo. Muy divertido iba el señor Pelanas en el coche cuando de pronto el incivil animal que lo tiraba dejó salir un estruendoso flato que conmovió la bóveda celeste y sacudió la fronda de los árboles. Doña Panoplia se disculpó profusamente: "¡Perdone usted, amigo don Vitelo! -exclamó ruborizada hasta la raíz de los cabellos-. ¡Me apena mucho este suceso inoportuno!". "¡Mire! -respondió el visitante con asombro-. ¡Yo pensé que había sido el caballo!". Lo mismo hizo el que montaba un charro que detuvo su cabalgadura junto a la reja de una hermosa. También ese caballo dio salida a un fuerte aire en el momento más inapropiado Al escuchar la flatulencia del corcel la muchacha cerró, llena de turbación y enojo, los postigos de su ventana, con lo que el enamorado jinete quedó corrido y apenado. Pasaron unos días, y una mañana el charro vio que su caballo se disponía a cubrir a una linda yegua campirana. Se apresuró hacia el sitio de la escena, y junto al caballo dejó salir un sonoroso cuesco. Le dijo al animal con hondo acento de rencor: "¡Pa' que veas lo que se siente, desgraciado!". Existe en el lenguaje popular un eufemismo para indicar que no hay problema. Tal expresión dice: "No hay purrún". Conforme a esa frase, ya hay purrún en las izquierdas de cara a la próxima elección presidencial. Ningún poder humano hará que Andrés Manuel López Obrador desista de su intención de postularse por segunda vez. A Ebrard se le queman ya las habas por lanzarse a la liza abiertamente y recuperar la ventaja que, tras cuatro años de campaña, le lleva AMLO. Y Carlos Navarrete aparece ahora, no como tercero en discordia, sino como tercero en la discordia, que es cosa bien distinta. Zurda será la suerte de la izquierda con esta desunión. La izquierda, desunida, será siempre vencida... El joven Picio era más feo que un coche por abajo. Iba a hacer sus estudios en otra ciudad. Su padre lo llamó aparte y le dijo, solemne: "Hijo mío: vas a a ir a la Universidad. Ahí hay cantidad de muchachas hermosas y provocativas. Pensando en eso te compré algo en la farmacia". "Ya sé, papá -se anima el joven Picio-. Me compró usted condones". "No -replica el genitor-. Con la cara que tienes no necesitarás condones. Te compré un frasco de píldoras antidepresivas"... FIN.

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