Simba, el león, era un animal cachondo; un insaciable verriondo; un erotómano. Hembra que veía, hembra de la que al punto daba buena cuenta, aunque no fuera de su propia especie. Un día estaba refocilándose con una linda cebra. En eso llegó la leona. "¡Rápido! -le dice el león a la cebra-. ¡Haz como que te estoy matando!"... Babalucas visitó con su esposa la gran urbe. Cuando volvió narró a sus convecinos: "Mi primo nos llevó a una fiesta. Aquello fue fantástico: hubo vino y licor en abundancia; comida para hartarte; canciones, baile, todo. Al último se organizó una orgía". Le pregunta un amigo: "¿Y disfrutaste mucho?". Responde Babalucas: "Yo no, pero mi esposa sí"... Hoy hace una semana peroré en la reunión que el grupo parlamentario del PAN tuvo en San Luis Potosí. Le di a mi charla un cantinflesco título: "Si yo fuera diputado". Cuando empecé a hablar reinaba en el salón el caos. Había gente de pie, platicando y riendo a carcajadas; otros sostenían conversaciones en voz alta en sus teléfonos celulares; algunos iban y venían por los pasillos. Aquello era un desorden absoluto. Hasta parecía que estábamos en la Cámara de Diputados. Y se explicaba eso: un político es un pobre hombre -o mujer- que por no haber querido trabajar 8 horas diarias tiene que trabajar 16, y los parlamentarios llevaban ya más de 12 horas oyendo discursos, conferencias, disertaciones, advertencias, reflexiones, alocuciones y ponencias. Además yo era lo único que se interponía entre ellos y la cena. Pero ¡ah, el mágico poder de la palabra! Alguien gritó: "¡Cállense!", y se hizo un silencio sepulcral. Eso no es cierto. La verdad es que tan pronto empecé a hablar cesaron las conversaciones; cada quién ocupó su respectivo asiento y se instauró en la sala un perfecto orden. Ni parecía que los presentes fueran diputados. Yo dije lo que tenía que decir. Hablé de la actual falta de representatividad de los parlamentarios, más atentos a sus partidos que a sus electores. Narré el cuentecillo de Pepito, cuya maestra les encargó a los niños que asistieran a una sesión de la Cámara de Diputados y escribieran después un breve ensayo sobre su experiencia. Pepito y su amigo Juanilito llegaron cuando el recinto camaral había sido ya cerrado, pero a través de la puerta alcanzaron a oír voces sonoras: "¡Ladrón!"... "¡Corrupto!"... "¡Inepto!"... "¡Sinvergüenza!...". Preguntó, inquieto, Juanilito: "¿Qué sucede?". Pepito le responde: "Parece que están pasando lista". Hablé también de la falta de capacidad de la actual legislatura para llevar a cabo las importantes reformas que necesita el País, y dije que debería haber reelección de diputados y senadores, pues se pierde la experiencia de aquellos que lo han sido, y cada tres años se tiene que empezar de cero nuevamente. Por último manifesté mi esperanza -quizá esperanza inútil- de que algún día los partidos pongan el bien de la gente, es decir de México, por encima del interés partidista. Un largo aplauso de los parlamentarios, y un amistoso abrazo de Josefina Vázquez Mota, mujer extraordinaria, gran amiga, fueron final regalo que mucho agradecí. Eso, y haber podido disfrutar al día siguiente las hermosuras de San Luis Potosí, ciudad señera y señorial... Lord Feebledick atravesó por una grave crisis económica. Le dijo a su mujer: "Deberás aprender a cocinar. Así podremos prescindir de la cocinera". Replicó lady Loosbloomers: "Y tú deberás aprender a hacer el amor. Así podré prescindir yo del albañil, del bedel, del carpintero, del chofer, del doctor, del estudiante, del fontanero, del guardabosque, del herrero, del impresor, del jardinero, del limpiabotas, del mesero, del nutriólogo, del oficinista, del portero, del quesero, del repostero, del sastre, del topógrafo, del usurero, del valet y del zapatero". (¡Bárbara señora! ¡Nada más le faltaron la K, la Ñ, la W, la X y la Y!... FIN.