Llegó un señor al consultorio médico y le dijo a la recepcionista: "Tengo un problema con mi cosa". "¡Shh! -le impuso ella silencio bajando la voz-. Hay otras personas en la sala. Diga usted: 'Tengo un problema con mi oreja'". Obediente, dijo el señor con voz que todos pudieron escuchar: "Señorita: tengo un problema con mi oreja". La recepcionista, igualmente en voz alta, le pregunta: "¿Qué problema tiene usted con su oreja, señor?". Contesta él: "No puedo hacer que se levante"... Aussie Moutton, joven australiano de fuerte consistencia, viajó a Nueva York. Lo primero que hizo al desembarcar fue conseguirse una call girl. Cuando la tuvo en el cuarto del hotel procedió a sacar al corredor todos los muebles de la habitación, incluida la cama. Le pregunta con inquietud la sexoservidora: "¿Qué vas a hacer conmigo en esa habitación vacía?". "No lo sé exactamente, señora -responde Aussie-. Pero si la cosa con usted es igual que con un canguro, voy a necesitar todo el espacio disponible"... Le dice Pepito al profesor: "¿Recuerda usted, maestro, que en la clase de educación sexual nos enseñó que hacer el sexo con una mujer pública puede causarnos alguna enfermedad venérea?". "Así es, en efecto" -responde el mentor. Y exclama Pepito con triunfal acento: "¡Pues aquí me tiene, sano y salvo!"... Eran dos hermanas gemelas. Por serlo se parecían mucho entre sí. Una se llamaba Casta; Susana la otra, como las chulapas de "La Verbena de la Paloma". Cierto día iba Casta por la calle, y se topó con una viejecita que conocía a su hermana, pero no a ella. La ancianita la saludó: "Adiós, Susana". Dice la otra: "Soy Casta". "¡Ay, qué pena, hijita! -exclama la vejuca-. ¡No sabes de lo que te has perdido!"... Don Martiriano coincidió en una fiesta con su psiquiatra, y le presentó a su mujer, doña Jodoncia. El analista ve a la fiera señora y le dice en seguida a don Martiriano: "Creo que ya di con la causa de su complejo de inferioridad"... Guarnerio Menuhino, famoso violinista, salió del Carnegie Hall llevando bajo el brazo el estuche con su Stradivarius. Se disponía a subir a la limosina cuando vio en la acera a un perrito y una perrita haciendo afanosamente lo que las perritas y los perritos hacen en la calle. Grande fue la sorpresa del virtuoso cuando el perrito se volvió hacia él y le dijo: "No te quedes ahí parado nomás viendo. De perdido tócanos 'Strangers in the night'"... Bustolina Grandchichier tenía mucha pechonalidad. Sus atributos pectorales eran muníficos, pródigos, ubérrimos, pletóricos, magnificentes y proficuos, si bien no necesariamente en ese orden. Era un milagro que Bustolina pudiese caminar erguida, tomando en cuenta el ingente peso de su abundosísimo tetamen. Esa verticalidad contrariaba todas las leyes de la física; era un mentís a la vieja teoría de la gravitación universal. En la oficia uno de sus compañeros le preguntó a otro: "¿Has visto los zapatos nuevos de Bustolina?". Responde el otro: "No". Y dice el primero: "Ella tampoco"... Viene ahora un cuento desaconsejable. Las personas que no gusten de leer cuentos desaconsejables deben pedir a alguien que se los lea, o saltarse hasta donde dice FIN... Cierto individuo conoció en el bar a una muchacha alta, de anchas espaldas y membrudos brazos. Al principio le pareció algo hombruna, pero dos o tres copas le dieron a la mujer un encanto que al principio no había advertido el tipo. Para acortar la historia -ninguna de estas historias suele ser muy larga-, luego de un rato de conversación terminaron en un cuarto de hotel. Acabada la refocilación que los había llevado ahí, la mujer se puso a ver con morosa delectación la entrepierna de su galán, al tiempo que le hacía afectuosos cariñitos en esa parte. Le pregunta el otro: "¿Por qué haces eso con mi atributo varonil?". Responde ella: "Es que a veces extraño mucho el mío"... FIN.