"Compré un colchón de agua" -narró la esposa de don Languidio en la merienda semanal con sus amigas-. Quería ver si con eso mejoraba el desempeño de mi marido en la cama". Preguntan las amigas, muy interesadas: "Y ¿qué sucedió?". "Nada -responde la señora con tono de desilusión-. Ni con colchón de agua consiguió él que subiera la marea"... Don Iracio Carecaca era un hombre de genio. De mal genio, quiero decir. Su carácter agrio le salía al rostro. Si un buen pintor hubiese hecho su retrato, don Iracio habría aparecido en el lienzo con gesto vinagroso, fruncido el ceño, y fruncido también todo lo demás, aunque eso no se viera en la pintura. El fotógrafo puede mentir con los artificios del retoque o de la luz. El espejo presenta sólo la apariencia. Pero un pintor -un verdadero pintor- desnuda a su modelo, por más que esté vestido; lo describe en la plenitud del ser, como hizo Goya cuando puso en el rostro de la reina María Luisa la fealdad de su alma. A los 20 años tu cara es obra de la naturaleza. A los 40 es consecuencia de la vida. Pero de los 50 en adelante es tu responsabilidad, pues en el rostro mostrarás lo que en el alma llevas. (Me refiero al varón, principalmente, pues en el caso de las damas su rostro es en muchos casos, de los 50 en adelante, responsabilidad del cirujano). El alcohol es bueno para el rostro de la mujer: con tres copas o más cualquier hombre verá hermoso el rostro de cualquier mujer. Pero me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cierto día don Iracio Carecaca llegó a su casa más airado que de costumbre. Le dijo a su mujer que estaba harto de tener que vestirse cada día por sí mismo. "En adelante -le anunció-, tú me abotonarás la camisa y me abrocharás el pantalón. Luego me acostaré en la cama, y tú me pondrás los calcetines. En seguida, de rodillas ante mí, me calzarás los zapatos. Y otra cosa: ¿quién crees que me hará el nudo de la corbata?". Con ominoso acento contesta la señora: "No sé. Supongo que el hombre de la funeraria"... Un señor llegó al Cielo y pidió ser admitido en la morada de la eterna bienaventuranza. San Pedro, el portero celestial, lo interrogó: "Cuando estabas en el mundo ¿bebiste vino?". Contesta el recién llegado: "Fui abstemio absoluto. En mi vida tomé una copa". Le pregunta el apóstol de las llaves: "¿Te pasaste las noches en francachelas con tus amigos?". "No lo hice -declara el individuo-. A las 10 de la noche estaba ya en la cama"- Prosigue Pedro su interrogatorio: "¿Te entregaste a los placeres de la carne?". "Jamás -responde con determinación el hombre-. Fui casto y honesto. No tuve nunca trato con mujer". "¡Uta! -le dice entonces San Pedro-. ¡No sabes de lo que te perdiste!"... La maestra le preguntó a Pepito: "¿Cómo escribes la palabra 'vaca'?". Deletrea el chiquillo: "B-a-c-a". "Estás equivocado -le dice la profesora-. Se escribe: 'V-a-c-a'". "No estoy equivocado -replica Pepito-. Usted no me preguntó cómo se escribe la palabra. Me preguntó cómo la escribo yo"... El joven Picio era más feo que un coche por abajo. Se dio cuenta de eso cuando fue a una casa de mala nota y la muchacha que contrató le dijo ya en el cuarto: "¿Qué te parece si mejor somos simplemente amigos?"... Viene ahora un cuento de subido color. No debería yo contarlo en día domingo... El niñito fue al baño a hacer pipí. Lanzó de pronto un lastimero grito, y salió llorando a todo pulmón. Le dice su mamá: "Escandaloso como tu papá. ¿Qué te pasó?". Gime el pequeño: "¡El asiento del excusado me cayó en la pipicita! ¡Me duele mucho!". "Quejumbroso como tu papá -vuelve a decir la madre-. Ya no llores". Le pide el niño: " "Anda. Dame un besito ahí". "¡Caramba! -exclama la señora sorprendida-. ¡Cada día te pareces más a tu papá!"... FIN.