Se ha puesto de moda una chocante palabreja para aludir a los mexicanos jóvenes que ni estudian ni trabajan. Ese vocablo es "nini", con sonido más bien de afectación pedante que de nombre de una tragedia nacional. Tal término, merecedor del calificativo de "sangrón", ya en desuso, aplicado a las personas que causaban enfado por su carácter antipático, puede ser parodiado. La parodia consistiría en emplear la voz "ninini" para hacer el balance de nuestra vida nacional después de 200 años de vida independiente, y luego de un siglo de Revolución. Aunque ha transcurrido largo tiempo de esas dos grandes conflagracionaes sociales, los mexicanos no tenemos todavía ni plena libertad, ni democracia plena, ni justicia que favorezca al enorme número de pobres que hay. Quedaron incumplidos los anhelos libertarios de "los héroes que nos dieron Patria", y naufragaron los ideales de quienes se lanzaron a la lucha revolucionaria y la plasmaron luego en leyes. Nuestra libertad, que no debería reconocer otra limitación que las libertades de otros, está conculcada o restringida por un Estado que favorece a unos cuantos y olvida a los demás. Tampoco tenemos completa democracia, pues los partidos políticos detentan el monopolio de la vida pública de México en perjuicio de los ciudadanos. Y la justicia social falta por completo: el fracaso de la política agraria que dimanó de la Revolución empobreció al campo mexicano, y obligó a millones de campesinos a emigrar a la ciudad, o a buscar en el extranjero la posibilidad de ganar el pan que su país les ha negado. El mismo éxodo provocan ahora la inseguridad y la falta de oportunidades. Ni libertad sin trabas, pues; ni democracia sin estorbos; ni justicia, tenemos hoy los mexicanos en este atraso en que vivimos después de dos siglos de independencia teórica y de 100 años de nacionalismo revolucionario. Y sin embargo esa sombría realidad no ha de llevarnos a la desesperanza. Pese a todo hemos conseguido avances. Incluso de aquella larga dominación priista derivaron bienes de consideración, y en estos años últimos el poder del Estado, antes incontrastable, ha sido objeto de acotaciones significativas. Es creciente la participación de la sociedad civil en los asuntos de la comunidad. La voz de los ciudadanos se oirá cada día con claridad mayor, y el Gobierno, los partidos, y la casta que forman ahora los políticos tendrán por fuerza que escucharla. Con esa fe en nosotros mismos recordemos hoy las grandezas mexicanas. Dejando a un lado el rigorismo histórico hagamos la evocación de aquellos héroes -Hidalgo, Allende, Morelos, la Corregidora- cuyos rostros llevamos en nosotros desde niños, cuando los lunes rendíamos honores en el patio de la escuela a nuestro hormoso lábaro, y cantábamos, aun sin entenderlas cabalmente, las estrofas del himno nacional. Es grande nuestra Patria, y noble y digna, pese a nuestras indiferencias y omisiones, a nuestros errores y desvíos. Aun en tiempos de oscuridad el nombre de México es glorioso; nada puede apartarnos de su amor. Este día mi corazón se llenará de patria, igual que ayer y que mañana. En él cabrán lo mismo un almanaque de Jesús Helguera que un mural de Orozco; una cajita de Olinalá que una pirámide: un villancico de Bernal Jiménez que una canción de Lara. Brindaré con tequila o con mezcal, y escucharé las notas de un huapango. Pondré en los ojos del cuerpo, y los del alma, el recuerdo de espléndidos paisajes que he mirado en mis andanzas por este mutilado territorio que se viste -todavía- de percal y de abalorio. Recordaré a mis abuelos y mis padres. Bajo la imagen de la Morenita, mestiza mexicana, abrazaré a mi mujer, a mis hijos y a mis nietos. Otra vez gritaré con ellos: "¡Viva México!". Y en ellos, y por ellos, México seguirá viviendo... FIN.