El niñito entró en la recámara de sus papás y los vio en pleno acto del amor. "¿Qué hacen?" -les preguntó, intrigado. El señor dijo lo primero que se le ocurrió: "Le estoy poniendo gasolina a tu mamá". Sugiere el chiquillo: "Búscate otra que dé más kilometraje. El vecino ya le había puesto gasolina esta mañana"... Hamponito le contó a su padre: "En la escuela dicen que nuestra familia es de mafiosos". Prometió don Hamponio: "Mañana tendré una plática con el director". "Está bien -dice Hamponito-. Pero haz que parezca un accidente"... El elefante se burló de la doble joroba del camello. Le dijo: "Parece que tienes tetas en la espalda". "Y tú -le responde el camello-, parece que tienes la ésta en la cara"... El general Manuel Ávila Camacho era Presidente. La Liga Mexicana de la Decencia, encabezada por Jorge Núñez Prida, consiguió el apoyo de la Primera Dama, doña Soledad Orozco de Ávila Camacho, para que se le pusiera un taparrabo a la bellísima estatua de mujer desnuda que Juan F. Olaguíbel, su escultor, llamó "La Flechadora de la Estrella del Norte", y a quien la gente impuso el nombre de "La Diana Cazadora". Ocupaba la regencia del Distrito Federal don Javier Rojo Gómez, respetado hombre de la izquierda, quien hubo de apechugar con la pacata exigencia de los moralistas. Cuando fue regente don Alfonso Corona del Rosal ordenó en 1967, a petición del propio artista, que se le quitara a la obra ese ridículo añadido. Al ser desprendido el taparrabo quedaron en la estatua algunas marcas que no se pudieron ya quitar. Olaguíbel propuso que se fundiera otra. Se quedaría él con la original, y descontaría por eso una buena cantidad del costo que significaría hacer la copia. Tiempo después Corona del Rosal compró la estatua a su creador, y la regaló a Ixmiquilpan, Hidalgo, lugar de su nacimiento. La Diana que vemos ahora en la Ciudad de México es, entonces, una copia del monumento original. Todo esto lo he leído en cronistas de la época, sin que me conste fehacientemente. (Cuantos más años tengo menos cosas me constan fehacientemente). Algo, sin embargo, puedo asegurar: esta columna no admitirá que se ponga taparrabo al chascarrillo intitulado "El mostrador", que el viernes próximo verá la luz aquí. Ni doña Tebaida Tridua ni el reverendo Rocko Fages, permanentes censores de mis textos, podrán impedir su aparición... Igual que tantas instituciones en este país, la del fuero ha sido desvirtuada. Concebido como garantía de la libre expresión de los representantes populares, el fuero se ha vuelto inmoral privilegio de políticos, y aun escudo para violar la ley. Conforme a la idea original, los diputados gozan de fuero únicamente para que no se les persiga por causa de sus opiniones. De ninguna manera protege el fuero a quien comete un delito. No es patente de impunidad. Por eso ahora que Julio César Godoy, contra quien hay una orden de aprehensión, rindió protesta como diputado, a la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió este picoso epigrama: "Unos reclaman a gritos, / pero otros, con más cuidado, / dicen que ese diputado / es de los más decentitos"... Los adultos mayores tomaban su clase de yoga. Un ancianito pidió permiso para ir al pipisrúm. Salió, pero regresó al punto. "No me la pude hallar" -dice muy triste. "Vaya otra vez, señor -sonríe la maestra-, y busque más despacio. No hay prisa". Sale el viejecito; vuelve a poco y repite con lamentoso acento : "No me la pude hallar". En ese momento interviene una ancianita. "Permítame, maestra -pide-. Me he casado tres veces con señores de bastante edad, y soy experta en hallar eso". Lleva al viejecito al baño, y ahora sí éste hace lo que tenía que hacer. La profesora le pregunta a la ancianita. "¿Qué pasaba? ¿Por qué no se la podía hallar?". Explica la viejita: "Traía el calzón con lo atrás para adelante"... FIN.