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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Retorio Campillano, maestro de Gramática, llegó a su casa antes de tiempo -no hubo clases-, y sorprendió a su esposa en íntimo coloquio de carnalidad con un sujeto. Al ver a su marido la señora se turbó toda, y prorrumpió en palabras inconexas. Dijo: "Yo... tú... él... nosotros...". Don Retorio la interrumpió, severo. "Mujer -le dijo irguiéndose imponente-. Primero las explicaciones; después las conjugaciones"... La casquivana chica conoció a un joven forastero y se propuso conquistarlo para fines de matrimonio, ocultándole en lo posible su pasada vida. Cierto día que caminaban por el malecón del puerto le preguntó el muchacho: "Dime, Mastilia: ¿has tenido mucho trato con marineros?". "No -mintió ella turbada-. ¿Por qué me lo preguntas?". Explica el otro: "Porque he notado que con la marea te sube y baja el busto"... Tarzan iba por la selva a su manera, transportándose colgado de una liana, entre los árboles, por la espesura de la selva. A horcajadas sobre su espalda iba Jane. Y le decía de continuo a Tarzan: "Vas demasiado aprisa... Cuidado con ese árbol... Viene un chango... Toma bien esa curva... Ve más despacio''... Por encima de todas las críticas, no cabe duda de que la celebración del bicentenario de las luchas por la Independencia suscitó en los mexicanos un sentimiento de orgullo patrio. Más allá de precisiones históricas amamos a México, y veneramos la figura de sus héroes con la sencilla devoción que aprendimos en la escuela. Me temo, sin embargo, que los festejos del centenario de la Revolución no tendrán el mismo efecto de despertar ese patriotismo. En la imaginación del pueblo dominan dos figuras, las de Zapata y Villa, que tienen más de populares que de heroicas, por encima de personajes institucionales como Madero, Carranza y otros que participaron en esa lucha cuyos efectos aún no han sido evaluados cabalmente y con objetividad. La recordación de ese centenario, pues, será más del sector oficial que de la gente... El director de la escuela le pidió al profesor de Biología que impartiera a sus alumnos una plática acerca del sexo. La esposa del docente, mujer ñoña y pacata, veía como tabú todo lo relativo a la sexualidad, de modo que para evitarse problemas con ella el profesor le dijo que la conferencia sería sobre el deporte del ski. Al día siguiente de la charla -que fue, en efecto, sobre sexo- unos chicos se toparon con la señora en el súper, y le dijeron que la conferencia de su esposo había sido todo un éxito. "No me explico por qué les habló de ese tema -replicó ella, pensando que su esposo había hablado acerca del ski-. En toda su vida lo ha hecho nada más dos veces. En las dos ocasiones se mareó cuando estaba arriba. Luego, a cada rato se caía, pues no sabía cómo moverse. Cuando se convenció por fin de que no podía solo, me hizo que llamara a un profesional, para que le dijera cómo. Y después de hacerlo estuvo una semana sin poder moverse"... El tenorio profesional llegó al departamento de la guapa chica y la invitó a ir al ballet. "No puedo salir -respondió ella-. El doctor me ordenó quedarme en casa, porque tengo algo que no recuerdo cómo se llama''. El lascivo visitante le dijo que en ese caso se quedaría a acompañarla. Poco después los dos se entregaron a los deliquios de la pasión carnal. Acabado el trance preguntó la chica: "¿Qué ballet se presentaba?''. Respondió él: "'Las Sílfides'". "¡Ya me acordé! -exclama la muchacha-. ¡Más o menos así me dijo el doctor que se llama eso que tengo!''... FIN.

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