Esta columnejilla bien merece el vocablo despectivo que uso para designarla. No contribuye nada -o en todo caso contribuye poco- a transformar la faz del mundo, y sólo de vez en cuando sirve para orientar a la República y evitar que caiga en el despeñadero a donde la llevan con tenaz porfía los partidos y partidejos que sufrimos, y la ralea de malos políticos que pesan sobre los fatigados hombros de la ciudadanía. Hoy este espacio pretende disfrazar su inanidad, y se exorna con facecias como "facecia", "exorna" e "inanidad". A eso añado un chascarrillo que dudé mucho en publicar. Con frecuencia narro chistes -algundos de color subido, reconózcolo- sobre temas de sexualidad; pero eso lo hago deliberadamente, pues quiero aportar mi ayuda a la tarea de ventilar los temas que tienen que ver con el sexo y con el erotismo. El sexo es un maravilloso don de la naturaleza -esa visible representación de Dios- que sirve al amor y a la perpetuación de la vida; y el erotismo es humana creación que pone arte y belleza en lo que de otro modo tendría carácter puramente animal. Algunas religiones han despreciado la dimensión corporal del hombre; han recelado de la mujer, y han convertido en tabú, culpa o pecado lo que es parte esencial del ser de hombre, y de su espíritu. Es necesario, entonces, quitar esas telarañas, y uno de los mejores medios para hacerlo es el humor. Pues bien: yo, que no dudo en dar esos cuentos a las prensas, dudé mucho antes de poner aquí el relato que ahora sigue. Si lo publico es sólo porque sirve para ilustrar una noticia y una reflexión. He aquí la historieta... Un sacerdote de cierto país de Europa viajó a una populosa ciudad de Oriente Medio. En el zoco del lugar fue seguido insistentemente por un individuo de aspecto sospechoso que una y otra vez le decía en voz baja: "Fotos de niños desnudos... Fotos de niños desnudos...". "No" -rechazaba el sacerdote. Y el hombre, con tenacidad de moscardón: "Fotos de niños desnudos... Fotos de niños desnudos...". "¡No, no!" -volvía a rechazar el cura. Seguía asediándolo el sujeto, pertinaz: "Fotos de niños desnudos... Fotos de niños desnudos...". "Está bien -cedió al fin el sacerdote-. ¿Cuántos quieres?"... El cuento es aventurado ciertamente. Por cada sacerdote que incurre en yerros reprobados por la misma Iglesia hay cien que cumplen su función, y hacen con ella mucho bien. Pero me sirve esa chocarrería para ilustrar la noticia que apareció en los diarios, firmada en Bruselas por Ingrid Bugarin: "Ante la desconfianza generada al interior de la Iglesia Católica por los abusos sexuales contra menores cometidos en prácticamente todas las diócesis de Bélgica, dos Obispos de este país han propuesto un debate público sobre el celibato. El nuevo obispo de Brujas, Jozef de Kesel, quien reemplazó en el cargo a Roger Vangheluwe, que renunció tras revelar públicamente que cuando era sacerdote abusó de su sobrino, está convencido de que el celibato no debe ser más un requisito para ser sacerdote. La misma opinión es compartida por el Obispo Patrick Hoogmartins, con la diferencia de que Kesel incluso planteó que el debate incluya la posibilidad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres. De acuerdo con las conclusiones de una comisión, en Belgica están confirmados 467 casos de abuso, de los cuales 13 acabaron con el suicidio de la víctima". Como se ve, los católicos laicos que pedimos la revisión de esa norma puramente disciplinaria de la Iglesia, el celibato, no estamos solos en nuestra inquietud, que mira al bien de la institución y de sus sacerdotes. Ya no debería suceder lo que otro cuentecillo ilustra. Dos curitas hablaban sobre el tema del celibato. Le preguntó uno al otro: "¿Cree usted que alguna vez la Iglesia permitirá que los sacerdotes nos casemos?". "¡Uh, padre! -respondió el otro, escéptico-. ¡Eso lo verán nuestros hijos!"... FIN.