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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Voy a narrar el cuento de un hombre que quiso ser mujer. Le parecía injusto tener que salir a trabajar mientras su esposa se quedaba en casa. ¿Cómo era posible, decía en su frustración, que él afrontara cada día las fatigas de su empleo, en tanto que ella permanecía muy quitada de la pena en el cálido abrigo del hogar, tomando cafecito, charlando con sus amigas por teléfono y disfrutando la compañía de los hijos? Así, una noche el personaje de mi cuento se puso de rodillas y le pidió a Dios que cambiara los papeles: que convirtiera a su esposa en el hombre de la casa, y a él lo transformara en la mujer. Eso de pedir milagros tiene sus peligros: se nos pueden conceder. Dios escuchó el insólito ruego del sujeto, y accedió a su petición. Lo convirtió en mujer; y a su esposa la volvió hombre. Él se dispuso, feliz, a disfrutar las delicias de la casa. Pero al despertar hecho mujer tuvo que levantarse a preparar el desayuno de su esposo, que seguía durmiendo plácidamente. Luego debió despertar a los niños, y ayudarlos a vestirse, y prepararles el lonche de la escuela. Le sirvió el desayuno a su marido, y escuchó la queja diaria: "Siempre lo mismo". Cuando el hombre se fue, tuvo que lavar los platos, tender las camas, recoger la ropa de su esposo y sus hijos, tirada por el piso en todas partes, echarla a la lavadora; y luego aspirar los pisos, lavar las ventanas y sacar la basura. Se iba a tomar un cafecito, pero pensó en todo lo que tenía que hacer, y después de bañarse, vestirse y arreglarse apresuradamente salió a la calle, no sin antes dejar ya hecha la comida. Fue al banco; a la tintorería; a pagar los recibos del agua, el teléfono y la luz. También fue al súper a surtir la despensa. Cuando se dio cuenta, había llegado la hora de recoger a los niños en la escuela. Les dio de comer, los organizó para que hicieran la tarea, y luego de comer ella, mal y de prisa, los llevó a sus clases: de karate, de inglés, de danza. Luego volvió a la casa, y se puso a planchar y a disponer la cena. Regresó su marido, malhumorado como siempre, y tuvo que oír sus quejas sobre el trabajo, el tránsito en las calles, los niños, todo. Supervisó el baño de los hijos; les dio de cenar junto al marido; luego los acostó después de obligarlos casi por fuerza a dejar de sus juegos electrónicos. Mientras tanto su esposo veía plácidamente en la tele un partido de futbol, al tiempo que se tomaba una cerveza, y otra, y otra. Eran las 10 ya de la noche cuando preparó la ropa de los niños y el marido para el día siguiente. Después, muerta de fatiga, se acostó a dormir. Pero apenas había cerrado los ojos cuando entró él en la recámara. Se desvistió, y se acercó a ella. Animado por las copiosas libaciones traía obvios deseos de erotismo. La mujer estaba muerta de cansancio, pero hubo de avenirse a la demanda del marido, e hizo el amor con él fingiendo raptos pasionales. Al día siguiente, cuando se vio sola en la casa, se puso de rodillas, y con inmensa devoción se dirigió al Señor: "¡Dios mío! ¡Estaba equivocado! Las tareas de la mujer en la casa son más fatigosas que cualquier trabajo de hombre. ¡Perdona mi error, te lo suplico! ¡Haz que vuelva yo a ser hombre, y que mi esposa vuelva a ser mujer!". "Hijo mío -le respondió el Señor-. Me alegra ver que has aprendido tu lección. Espero que en adelante aprecies más el esfuerzo y trabajo de tu esposa, su valer y sus méritos. Volveré a convertirte en hombre. Pero tendrás que esperar nueve meses. Anoche quedaste embarazado"... Sirva esta columnejilla de hoy para hacer reflexionar a algunos hombres que no saben reconocer a sus esposas, ni dan importancia a lo que la mujer hace en la casa en bien de su marido y de sus hijos... FIN.

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