El señor le contó muy preocupado a su mujer: "Me puse un gel para que me saliera pelo, y en su lugar me brotaron en el cráneo dos enormes chichones". "¡Válganos Dios! -exclama consternada la señora-. ¡No te hayas puesto mi pomada para agrandar el busto!"... Llegó a su casa Empédocles Etílez. Iba, conforme a su inveterata consuetudo -a su costumbre de siempre- más ebrio aún que Baco. Su esposa le grita hecha un obelisco (Nota: seguramente nuestro amable colaborador quiso decir "basilisco"): "¡Mira nomás! ¡Vienes completamente borracho!". "Viejita -tartajea, humilde, el temulento-. Tú me has enseñado a no dejar nunca las cosas a medias"... Todos los días, a la hora en que el barbero tenía más clientela, llegaba su compadre y le preguntaba desde la puerta: "¿Cuántos le faltan, compadrito?". "Tres" -respondía el fígaro. O cuatro, o cinco, según el caso fuera. "Entonces después vuelvo, compadre" -declaraba el tipo. Y nunca regresaba. Un buen día el peluquero le pidió a su chícharo -tal es el nombre de los mozos de peluquería- que siguiera a su compadre, a ver a dónde iba. A su regreso el ayudante le informó muy apenado: "Va a la casa de usted, maestro, y está con su señora". "¡Mira qué compadre tan abusivo! -se enoja el peluquero-. En vez de aguardar aquí se va a mi casa para esperar su turno. ¡Qué molestia para mi pobre esposa!"... Pocos poetas hay en México. Algunos se han dedicado últimamente a hacer el último poema: el de su muerte. Me entristeció la ausencia de Alí Chumacero. Poeta fue; y además lo parecía, con esa cabellera blanca de bardo gaélico, último bohemio o elegante lord inglés. Larga vida, y obra corta, fueron las suyas. En el Fondo era bueno. Quiero decir en el Fondo de Cultura Económica, cuyos entretelones conoció mejor que nadie. Ahí vivió durante 60 años. Fue su casa. ¡Cómo sufrió cuando se dijo en venenosos cotilleos de intelectuales que la frase: "En tierra de ciegos el tuerto es Reyes", alusiva a don Alfonso, había salido a la superficie desde el Fondo! En cierta ocasión oí de sus labios una deliciosa anécdota. El gobierno de Nayarit, su estado natal, lo invitó a ir a Tepic a recibir un homenaje. Cuando llegó en el tren se emocionó al ver la estación llena de gente. La banda municipal tocaba un aire alegre; los niños de las escuelas agitaban banderitas. Vio el escritor una gran manta sostenida por manos campesinas. En ella se leía con grandes caracteres: "¡Viva Alí Chumacero, el mejor poeta de Nayarit!". Abajo de esa frase había otra, escrita con letras más pequeñas que desde lejos no se podían leer. En un momento propicio se acercó el homenajeado a aquella manta, con la curiosidad de leer completa la inscripción. Decía: "¡Viva Alí Chumacero, el mejor poeta de Nayarit!". Y abajo, entre paréntesis: "Sin contar a Amado Nervo". Ahora el poeta está con El Poeta. Venturoso mortal fue Chumacero. Mereció que la palabra se le entregara como una amante dócil, y la hizo decir lo que no dicen las palabras... Unos recién casados llegaron al hotel donde pasarían la noche de bodas, y ocuparon su habitación. Ella se dispuso a desvestirse. El novio, tomando en sus manos uno de los zapatos que se había quitado su flamante mujercita, le dice cariñoso: "¿Cómo es posible, Susiflor, que pueda caber tu pie en un zapatito tan pequeño?". "Y eso no es nada -responde ella muy orgullosa-. Espera a que me quite la faja"... Capronio, ruin sujeto, se inclinaba en la mesa a cada rato, y besaba la mano de su esposa, sentada a su lado. Al terminar el ágape la anfitriona felicitó a la señora. "¡Qué marido tan amoroso tiene usted, doña Martiria! -le dijo con admiración-. Me emocioné ver cómo a cada momento le besaba la mano en la comida". Explica ella: "Es que no le pusieron servilleta"... Aquella esposa tenía un apodo para su marido. Le decía "El menudo blanco". Explicaba: "Es pura panza, y nada de picante". (No le entendí)... FIN.
