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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Dano Montano, famoso jugador de futbol americano, se presentó ante el juez y le pidió que lo divorciara de su esposa. Se había casado con ella un día antes, explicó, pero quería disolver de inmediato el vínculo matrimonial. "¿A qué esa prisa?" -preguntó Su Señoría, extrañada. "¡Extrañado, por favor!", saltó inmediatamente el juez. (Quizá recordó al actor, autor y director teatral Luis G. Basurto, quien hacía en cierta obra suya el papel de un obispo. Llegaba al palacio episcopal después de un largo viaje, y alguien le preguntaba: "¿Cómo viene Su Excelencia?". Y respondía Basurto: "¡Muerta!"). Hecha esa precisión el juez volvió a interrogar al jugador de futbol americano: "Se casó usted ayer, y ya quiere divorciarse. ¿No puede esperar algunos meses, como todos los demás?". "No, señor -replicó Dano Montano-. En la noche de bodas descubrí que ella no es virgen: ha tenido scrimmages con numerosos hombres". "¡Por favor, señor Montano! -exclamó el juez-. Usted es quarter-back. ¿Qué prefiere? ¿Una línea cerrada o un gran receptor?". Yo amo a ese adorable monstruo que es la Ciudad de México. En ella pasé los años más felices de mi vida. (Pertinente aclaración: todos los años que he vivido han sido los más felices de mi vida). En especial me gusta el Centro Histórico de la Capital. Caminando lo ando y lo desando. De la Casa de Los Azulejos voy a la Catedral; de Santo Domingo a Las Vizcaínas. En fondas y figones como -¡cómo como!-, en pequeños restoranes que a otro parecerían sospechosos y que son para mí delicia gastronómica. Entro en antiguos templos penumbrosos; me cuelo de rondón en edificios antañones; miro pasar a la gente -todos estamos pasando-, y me invade un hondo sentimiento mexicano, gozoso y orgulloso. Por eso aplaudo a Ebrard, por haber convertido la calle de Madero, ayer enferma de automóviles, en hermoso paseo peatonal. Uno de los versos más tristes en la historia de la literatura lo escribió Marcial en su Epigrama décimo: "Lachrimis ianua surda tuis". La puerta estará sorda ante tus lágrimas. Se refiere el poeta a la puerta del Hades, que no se abre para dejar salir al condenado. Pero alude también al sentimiento del que sufre sin que nadie comprenda su pesar. Quizá leyó esa frase Dante, quien en la puerta de su Infierno puso: "Lasciate ogni speranza voi ch'entrate". Abandonad toda esperanza, vosotros que aquí entráis. Aun en la Edad Media era ya muy difícil ser original. Viene a cuenta lo anterior para enmarcar el cuento de aquel hombre que lloraba, silencioso, en la barra de una cantina, al tiempo que bebía su copa, solitario, las manos juntas sobre el mostrador. El cantinero, que mira pasar frente a su barra más sufrimientos que los que escucha el cura en el confesonario o el psiquiatra en su diván, le preguntó al sujeto: "¿Por qué llora, amigo?". El tipo no respondió. Volvió a preguntar el cantinero: "¿Perdió el trabajo que tenía?". El hombre hizo con la cabeza un movimiento desdeñoso, como significando: "Eso no es nada". Inquiere el de la taberna: "¿Falleció algún familiar suyo?". El hombre negó con la cabeza. "Ya sé -dice entonces el otro-. Perdió usted en el juego". El tipo, sin separar las manos que tenía juntas sobre el mostrador, hizo con la cabeza un movimiento afirmativo. "¿Perdió mil pesos? -pregunta el cantinero. El hombre movió de nuevo la cabeza, como queriendo decir: "Eso es muy poco". "¿Perdió 10 mil pesos?" -inquiere el de la taberna. Repitió el otro el mismo movimiento. Arriesga el de la cantina: "¿Perdió 100 mil pesos?". El hombre afirmó con la cabeza. "¡Caramba! -exclama el cantinero-. ¡Si yo perdiera 100 mil pesos en el juego, mi esposa me cortaría los éstos!". El hombre, entonces, separa las manos que tenía juntas, le muestra al cantinero lo que tenía entre ellas, y luego estalla en llanto. FIN.

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