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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Cinicio llevaba ya 30 años haciendo vida marital, en unión libre, con una mujer. Ella asistió a los ejercicios espirituales en el convento de La Purificación, y al regresar dijo a su concubinario: "Cinicio: ¿por qué no nos casamos". Respondió él: "¿Te has vuelto loca? A estas alturas de la vida ¿quién va a querer casarse con nosotros?". (Nota: después de haber preocupado hace unos días a la Casa Blanca, al Pentágono y al Capitolio en Washington, no quiero ahora inquietar a mi iglesia, la católica. Pero la jerarquía debe saber que este año los matrimonios civiles en España superaron por primera vez en número a los matrimonios religiosos. Muchas parejas optaron por unir sus vidas únicamente ante la sociedad, y no ante Dios, pues al parecer lo divino se ha encarecido mucho en ese país, y, querámoslo o no, la economía acaba prevaleciendo siempre sobre la metafísica). Dos ciempiés machos estaban platicando, y vieron a una guapísima ciempiés hembra que caminaba por ahí. Le dice uno de los ciempiés al otro: "¡Mira nomás que par de piernas; mira nomás que par de piernas; mira nomás qué par de piernas.!". (Nota: ¡Vaya revoltura que hay con el nombre del ciempiés! Pertenece a los miriápodos, nombre que significa "mil pies", y la especie más común tiene sólo 42. Sufrido bicho es ése: cuando se casan dos ciempiés tienen que esperar varias horas a consumar su unión, por el tiempo que tardan en quitarse los zapatos). El licenciado Ulpiano Partida, abogado setentón, sacó a Pirulina, muchacha en flor de edad, de un feo lío judicial. Resuelto el caso le dijo la muchacha, conmovida: "Licenciado: ¡no tengo con qué pagarle lo que usted hizo por mí!". "Tú sí tienes con qué pagarme, linda -suspiró el letrado-. El que ya no tiene con qué cobrarte soy yo". (Nota: un cliente igualmente agradecido le dijo a Clarence Darrow, famoso abogado estadounidense (1857-1938): "¡Me salvó usted de la cárcel, mister Darrow! ¡No sé cómo pagarle!". "Amigo mío -respondió calmosamente el célebre jurista-. Desde que los fenicios inventaron el dinero hay una respuesta para esa pregunta"). Aquella mujer conoció a un tipo en el bar y lo llevó a su casa. Al llegar preguntó él: "¿A qué horas vuelve tu marido?". "No sé" -respondió ella, displicente. En la alcoba empezaron a desvestirse. Volvió él a preguntar, inquieto: "¿A qué horas llega tu marido?". "Te digo que no sé" -repitió la mujer, con apatía. Ya en la cama no pudo el hombre contener su nerviosismo, y volvió a inquirir lleno de preocupación: "¿A qué horas acostumbra volver a casa tu marido?". "¿Otra vez? -replica ella con enojo-. ¿Por qué te interesa tanto saber a qué horas llega mi marido? ¡No me digas que eres gay!". (Nota: reza una copla popular: "El que enamora casadas tres cosas debe tener: mucho valor, buen oído, y patas para correr"). Eglogio, Bucolio y Georginiano, muchachos campesinos, hicieron un viaje a la ciudad. En una céntrica avenida miraban pasar a las guapísimos mujeres citadinas, y las calificaban. Pasó una muy hermosa: "9" -calificó Eglogio. "8" -opinó Bucolio. "3", dijo Georginiano. Pasó otra joven dama de ondulantes formas. "8" -juzgó Eglogio. "7" -consideró Bucolio. "2" -declaró Georginiano. Pasó junto a ellos un verdadero monumento de mujer, pródiga en muníficos encantos, dueña lo mismo de ubérrimo tetamen que de profuso y espléndido derriére. "¡10!" -exclamó Eglogio, entusiasmado. "¡10!" -coincidió Bucolio con admiración. "4" -manifestó Georginiano meditativamente. "¡Oye! -protestó airado Eglogio-. ¡Bucolio y yo calificamos a estas mujeres con 8, 9 y 10, y tú les das calificaciones de 2, 3, y cuando mucho 4! ¿Qué te sucede?". Explica Georginiano: "Es que estamos usando criterios diferentes. Ustedes las califican en escala del 1 al 10. Yo las evalúo según el número de mulas que calculo se necesitarían para quitarme de encima de ellas". (Nota: a mí ni con una grúa de esas gigantescas que se usaron en la construcción del aeropuerto de Osaka -antes Naniwa-, que flota sobre las aguas del mar, en el Japón). FIN.

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