El predicador denunciaba ante su congregación los males del sexo. "Ya nadie da importancia a la virginidad -dice tonante-. Y voy a demostrar mi afirmación. A ver: pónganse de pie las mujeres aquí presentes que aún conservan la gala de la virginidad". Ninguna se levantó. Después de larga pausa se puso en pie una muchacha que llevaba una criatura en los brazos. "Creo que no oyó bien lo que dije" -le indica el predicador. "Sí oí bien -replica la muchacha-. Pero no esperará usted que la niña se levante ella solita"... Una famosa abogada tomó la defensa de una muchacha de la vida galante que se metió en un lío. "Por dinero no se detenga, licenciada -le dice ella-. Haga todos los gastos necesarios y cóbreme lo que sea". "-¿Cuánto ganas al mes?" -le pregunta la profesionista. "Un promedio de 300 mil pesos" -responde la chica con naturalidad-. "¡300 mil pesos! -se sorprende la licenciada-. ¡No me los gano yo!". Y dice la muchacha: "Yo también soy abogada, y tampoco me los ganaba cuando ejercía la carrera"... Este día deberíamos los mexicanos hacer un severo examen de conciencia. Una pregunta nos sale hoy al encuentro: la Revolución ¿es uno más de los mitos en los cuales vivimos envueltos como la momia en sus vendajes, o fue en efecto un movimiento reivindicador del cual derivaron bienes para los mexicanos? En el curso de mis andanzas por el País me he percatado de algo que me ha llamado la atención profundamente: la figura de don Porfirio Díaz es ahora juzgada bajo una nueva luz. Ya no se mira tanto en él al déspota o tirano que la historiografía oficial nos ha endilgado, sino al estadista que fue capaz de sacar a México de un largo período de convulsiones, lo puso en el camino de la paz y lo integró a eso que antes se llamaba "el concierto de las naciones civilizadas". Ese sentimiento no es de ninguna manera una abstracción derivada de la nostalgia del pasado. Puede concretarse hoy en el deseo de volver a un sistema autoritario, unipersonal y antidemocrático. Por grato que pueda ser el anhelo de regresar al orden, la paz y la tranquilidad, debemos evitar la tentación de una vuelta al pasado. Con fatigas hemos logrado llegar al ejercicio democrático, y no debemos salir de él, por oscura que se vea ahora la situación del País y por extendido que esté el pensamiento de que la mano dura podría hacernos volver a aquella tranquila sociedad en que vivimos antes. Los riesgos de la democracia son muchos. Mayores son los que derivan de su ausencia. Le dice un sujeto a otro: "Estoy muy preocupado. Mi médico me dijo que me voy a morir si sigo persiguiendo a las mujeres". "No es posible -se sorprende el otro. Eres joven; te ves sano, robusto, lleno de vida". "Sí, -responde muy compungido el tipo-. Pero su mujer es una de las que he estado persiguiendo"... El viejito estaba en su lecho de agonía. Los hijos llegan con un sacerdote. "¡Papá! -le gritan al oído-. ¡Aquí le traemos al padre!". "¿A quién?" -pregunta el viejito con voz apenas audible-. "¡Al padre!" -le vuelven a gritar. "¡Yo no quiero ningún padre!" -se enoja el viejecito. "Pero papá -le dicen los hijos-. Usted mismo nos pidió hace una hora que le trajéramos a su cama un padre". "¡Idiotas! -replica el anciano-. Yo les pedí que me trajeran a la cama algo bien padre"... Se encuentran dos viejos amigos y uno le dice al otro: "No sabes lo que nos pasó a mi esposa y a mí. Llevábamos 20 años de casados, y no habíamos encargado familia. Por fin una vez creímos que mi mujer estaba embarazada. El vientre le iba creciendo cada día. Pero el médico dictaminó que no había embarazo: aquello era puro aire". "Vaya, hombre -lo tranquiliza el otro-. Eso ya pasó". "Sí -responde muy enojado el tipo-. Pero ahora todos los niños del pueblo me persiguen para que les infle las llantas de sus bicicletas"... FIN.