El muchacho llegó a ver a su novia y la encontró llorosa. De inmediato comenzó a consolarla. La tomó en sus brazos y se aplicó concienzudamente a hacerla objeto de tiernas caricias, que poco a poco fueron aumentando en calor, pasión e intensidad. "-¿Bastará estas caricias -le pregunta agitado-, para secar el llanto de tus ojos?". "-No es llanto -responde igualmente agitada la muchacha-. Es catarro. Pero tú síguele con el tratamiento"... Himenia, madura señorita soltera, se fue a confesar. "-Me acuso, padre -dice al sacerdote-, que un hombre joven y guapo me tocó una pompis en el autobús". "-¿Y tú qué hiciste con ese enemigo de tu honestidad y tu pudor, hija?" -le pregunta el confesor. "-Lo que nos ordenó el Señor hacer con nuestros enemigos -responde piadosamente Himenia-. Le ofrecí la otra mejilla"... Pasada la euforia -ni tanta- de la celebración de bicentenario de las luchas por la Independencia, y la del centenario de la Revolución, es hora ya de fijar otra vez nuestra mirada en el presente de México, y en su porvenir. Ni el uno ni el otro se ven claros. Nuestra actualidad está llena de problemas, y no sabemos qué nos deparará el futuro. Tal se diría que las gestas cuya recordación nos congregó -ni tanto- este año no rindieron cabalmente los frutos que sus iniciadores esperaban. Así como antes de nuestra emancipación de España dependíamos de esa nación, ahora dependemos en más de un sentido de la que tenemos como vecina al norte. No somos autosuficientes, de modo que no podemos ufanarnos de poseer completa independencia y plena autodeterminación. En igual forma, los beneficios de democracia y justicia social para todos los mexicanos, bienes que de la revolución debieron derivar, no se lograron, y son todavía una aspiración lejana. Más educación, mayor participación cívica, el apego de todos a la ley y, sobre todo, nuestro común amor a México, harán que podamos dar a nuestros hijos la casa ordenada y digna que aquellos próceres soñaron y no pudieron conseguir. Aquel señor era inventor. Se había pasado toda la vida tratando de inventar algo, pero sin resultados. Por fin un día le dio al clavo: se le ocurrió un invento genial, lo patentó, empezó a fabricar aquel nuevo producto y en cuestión de unos meses ya era multimillonario. Un reportero del periódico local le preguntaba qué cambios había traído a su vida aquella súbita fortuna. "-A mí no me ha cambiado nada -respondía el inventor-, pero a los demás sí. Antes me decían loco indejo, ahora dicen que soy un simpático excéntrico. Antes me llamaban egón, ahora dicen que tengo la sabiduría que se requiere para gozar del ocio. Y ahora dicen que me hice a mí mismo, siendo que antes decían que era un hijo de la tiznada"... El draconiano juez pregunta a la mujer: "-¿Por qué, señora, demanda usted a este hombre exigiéndole pensión alimenticia?". Responde muy segura de sí misma la mujer: "-Porque a todos los hoteles a los que me llevaba decía que yo era su esposa"... Dos amigos hablaban con preocupación de la incipiente calvicie que mostraban. ¿Cuál sería el mejor modo de evitar la caída del cabello? Uno al otro se comunicaban los remedios que oían proponer; tal o cual loción maravillosa, este o aquel producto naturista, cierto elixir de novísima invención. "-Yo he oído decir -comenta uno-, que untándote huevecillos de abejorro ya no se te cae el pelo". "-¡Ah! -protesta indignada la esposa de uno de ellos-. ¿Y no se han puesto a pensar lo que les dolerá a los pobres animalitos?"... La esposa de Babalucas lo vio entregado a una insólita labor: con un alfiler le estaba haciendo dos agujeritos a un condón. "-¿Qué haces?" -le pregunta extrañada. Responde el tonto roque: "-Es que quiero que tengamos gemelitos"... FIN.