Bien dice la sabiduría popular: "El que canea no calvea". Yo tengo la cabeza cana desde los 30 años. Esa circunstancia, más una buena ración de gelatina cada día, me ha librado de la caída del cabello. Pero si fuera calvo no me preocuparía, pues otra conseja afirma que la calvicie en el varón es seña de virilidad. Claro, hay quienes piensan que ser calvo te resta posibilidades de demostrar esa virilidad, mas lo cierto es que ahora está de moda raparse la cabeza hasta dejarla lironda y monda como bola de billar, al estilo Telly Savalas (lo de Telly era por Aristotle, su verdadero nombre) o Yul Brynner. Hay un relato cómico procedente de la antigüedad helénica. Trata de un hombre cuya esposa era mucho más vieja que él, y cuya amante era bastante más joven que él. La cabellera del hombre era entrecana. Para evitar que se viera menor que ella, la esposa le arrancaba los cabellos negros. Para que no pareciera tan mayor al lado suyo, la amante le quitaba las canas. "Y entre las dos -concluye el cuento- lo dejaron calvo". Yo pienso que la calvicie da a los hombres aspecto prestigioso, como de senador romano. Tuve un amigo que se mortificaba mucho por ser calvo, y por las burletas de que lo hacían objeto sus compañeros de trabajo. Un día le regalé una frase para que respondiera a esas chocarrerías. La frase dice así: "Dios hizo pocas cabezas perfectas. Todas las demás las cubrió con pelo". Había un peluquero que ofrecía a sus parroquianos un elixir, pócima, filtro, bebedizo o infusión que, según él, hacía salir el pelo. Desde luego el brebaje era más falso que busto de vedette, pero igual lo vendía aquel fígaro a sus clientes. Ellos lo compraban, pues el barbero lucía una profusa cabellera ensortijada y bruna, color ala de cuervo. "Y antes era más calvo yo que usted", decía. Y le mostraba al cliente una foto donde, en efecto, aparecía él con la cabeza más lisa que nalga de princesa, si me es permitida la expresión. Una tarde llegó a la barbería un individuo de traza sospechosa. Era calvo el sujeto, como Mussolini o Lenin, igual que Julio César o Platón. Le preguntó al barbero si su elixir para el cabello era efectivo. "Es un potente Viagra capilar -respondió él-. Garantizo absolutamente su eficacia. Con tres aplicaciones diarias -mañana, tarde y noche-, en una semana tendrá usted su cabeza como la mía". "Le compraré tres frascos -repuso el individuo entregándole el dinero-. Pero si su promesa es falsa, entonces se las verá conmigo". Y así diciendo le sacó una pistola que portaba, de las que en el bajo mundo se conocen como "mitihueso", o sea de la marca Smith y Wesson. (Le dice Clint Eastwood al maleante: "Si no te rindes, mis dos amigos y yo te mataremos. Somos tres contra uno". "Estás tú solo -se ríe el bandolero-. ¿Cuáles tres?". Responde con toda calma Clint sacando su pistola: "Smith, Wesson y yo".). Pero me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cuando vio el arma del sujeto supo el barbero que estaba en presencia de un maloso. Pasó la semana, y el individuo llegó otra vez a la peluquería. No le había salido, claro, un solo cabello. Iba dispuesto a liquidar al fraudulento rapabarbas. Cuando lo tuvo enfrente lo amenazó con la pistola. "Usted me dijo que en una semana tendría yo la cabeza como la suya". "En efecto -respondió el peluquero-. Y mire". Se quitó el sombrero, y le enseñó la cabeza. ¡Se la había rapado por completo!... Así son las promesas de algunos políticos. Uno que conocí, de cierto pueblo fronterizo, se postuló como candidato a alcalde, y ofreció a sus convecinos que si lo elegían no quedaría un solo poste sin su foco. No puso focos, pero quitó postes. "Magna promisisti, exigua". "Prometiste mucho y veo poco". El reproche es de Séneca, en una de sus Cartas. Por eso decía don Fidel Velázquez: "Si lo piensas, no lo digas. Si lo dices, no lo escribas. Si lo escribes, no lo firmes. Y si lo pensaste, lo dijiste, lo escribiste y lo firmaste, entonces rájate"... FIN.