La nietecita le pregunta a su señora abuela: "Abuelita: ¿qué es un amante?". La anciana se da un gran golpe en la frente con la mano; corre apresuradamente hacia el ropero; lo abre, y del interior del mueble cae el esqueleto de un hombre. Seguramente se había ocultado ahí en algún lejano día, y la abuela, que de seguro en aquel entonces no era abuela, olvidó que estaba ahí escondido, hasta que el infeliz amante feneció. Ésta que acabo de contar no es una historia de amor trágico. Es un ejemplo. Esa palabra, "ejemplo", desusada ya en la acepción que digo, es bellamente definida por el diccionario: "Caso o hecho sucedido en otro tiempo, que se propone, o bien para que se imite o siga, si es bueno y honesto, o para que se evite si es malo". Mi infancia en colegio religioso estuvo llena de ejemplos. Uno de ellos fue el del niño que dejó de ir a misa por ver una película de vaqueros en la matiné del Cinema Palacio en mi ciudad, Saltillo. Al salir de la función fue atropellado y muerto por un raudo vehículo. Esa misma noche se les apareció a sus desdichados padres para informarles que estaba en el infierno, pues no había cumplido con la obligación impuesta por la Santa Madre Iglesia, de oír misa los domingos. (Cuando el sacerdote que nos narró ese piadoso ejemplo terminó su relato, uno de mis compañeritos levantó la mano para preguntar: "¿Y de perdido estuvo buena la película?"). El propósito de mi relato, sin embargo, no es exhortar a la infancia mexicana a que por ningún motivo deje de ir a misa los domingos. Me propongo, sí, ilustrar el pensamiento según el cual será difícil hallar un hombre -o una mujer- que no tenga, como se dice ahora, un esqueleto en el clóset; quiero decir algún secreto inconfesable, alguna oculta falta, algún remordimiento de pasada culpa que en vano se quiere olvidar. Lo mismo sucede en el concierto, tan incivilizado hoy, de las naciones. La diplomacia, ese modo internacional de hipocresía que consiste en estrangular al otro sin que se dé cuenta, es fuente inagotable de cortesías y de ocultamientos. Se divide entre el protocolo y el secreto. Pero en estos tiempos de apertura tanto en el ámbito mundial como en el privadísimo, lo que de noche se hace de día aparece. En ese contexto el señor Julian Assange no es en manera alguna un delincuente: es un héroe; y WikiLeaks, es creación, no es una fuente de chismografía, sino una especie de conciencia universal. Ahora sabemos -y los gobiernos lo saben también- que cualquier cosa que hagamos será conocida a fin de cuentas, sin tener que esperar para eso al último juicio en el Valle de Josafat. La sola idea me causa un estremecimiento, pero así son las cosas ahora en esta aldea que es el mundo, y ni modo. Estoy preparando ya "Los dos Chistes más Pelados del Año". Aparecerán el último día de este mes. ¡No se los pierdan mis cuatro lectores!... Pepito abrió la puerta cuando alguien tocó el timbre. El chiquillo llevaba en la boca un cigarro, en una mano una lata de cerveza, y en la otra un ejemplar del Playboy. Le pregunta el que había llamado: "¿Están tus papás?". Responde Pepito: "¿Tú cómo ves?". Decía en el bar un individuo: "Todos los días lloro la muerte de mi amigo Juan". "¿Por qué?" -le pregunta el cantinero, conmovido-. Responde el sujeto: "Porque me casé con su viuda". La esposa de Ovonio Grandobolier, el haragán más grande del condado, les contó a sus amigas: "Mi marido conserva todavía el primer peso que ganó". "¿De veras?" -pregunta ellas. "Sí -confirma la señora-. Se lo ganó ayer". Serafinito, inocente criatura, le pregunta al galán de su hermana, muchacho que vivía en la casa vecina: "¿Por qué vienes todas las noches a ver a mi hermana? Tú tienes la tuya". Candelario Rapavelas, el sacristán del pueblo, fue a la ciudad en viaje de placer. Ahí contrató a una mujer fácil de su cuerpo, y la llevó al Hotel Hucho. Al término de las acciones iba a salir del establecimiento sin haber pagado el costo de la habitación. Le dice el encargado: "¿Y el cuarto?". "El cuarto -repuso el sacristán sin detenerse-, honrar padre y madre". FIN.