Un señor llamó por teléfono a la funeraria, y por equivocación marcó el número telefónico de Pirulina. Contesta ella: "¿Aló?''. Pregunta el señor: "¿Usted es la de las pompas fúnebres?''. "¡Uy, no! -exclama ella-. ¡Las tengo bien alegres!''... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera se compró dos pericos. Empezó a vigilarlos, pues le dijeron que eran la pareja, y quería descubrir cuál era él y cuál ella. Su vigilancia rindió frutos: una de tantas noches pudo ver cómo el cotorro se le subía a la cotorrita y le hacía el amor. A fin de no confundirlos ya, la señorita Celiberia le colgó al perico lo primero que halló a mano: una cadena con una medallita. Pocos días después llegó de visita el señor obispo. Llevaba pendiente del cuello su cruz pectoral. Se le queda viendo el perico y le pregunta: "¿A ti también te pescaron fornicando?''... Un norteamericano, un ruso y un mexicano se jactaban de su respectiva fuerza física. Dice el de Estados Unidos: "Yo tomo una moneda americana entre el índice y el pulgar y la aprieto hasta que la doblo". Así diciendo procedió a realizar la proeza. Habla el ruso: "Yo tomo una moneda de Rusia entre el índice y el pulgar y la aprieto hasta que la hago cambiar de forma. Miren''. Y diciendo así cumplió la hazaña. Anuncia nuestro paisano: "Yo tomo una moneda mexicana entre el índice y el pulgar y la aprieto hasta que... ¡Ah, chinche águila! ¡Ya me ensució los dedos!''... Llegó un sujeto al restaurante y le pidió a la mesera el platillo del día. La muchacha se lo sirve. "¿Qué es?'' -pregunta el tipo. Responde la muchacha: "Ternera con huevos''. La corrige el sujeto: "Entonces es ternero''... A mí no me gustan los balances. Siempre me sacan de balance. Por eso no hago el del año que se va. Lo único que en él tuvimos seguro fue la inseguridad. Lo demás se deslizó entre la ineptitud y la dejadez. Tomemos como ejemplo la celebración de los dos fastos nacionales que este año nos ocuparon: el bicentenario del inicio de las luchas por la Independencia y el Centenario de la Revolución. Comparemos las fiestas -ésas sí fiestas- del Centenario en 1910 con los muy olvidables actos dedicados a los héroes que nos dieron Patria, o que al menos intentaron dárnosla. La celebración porfiriana estuvo llena de realizaciones. En cambio de la actual ya no se acuerda nadie, y escasamente quedará algún testimonio de su realización. Hay un refrán que dice: "Cuando a dos se les compara, uno de los dos repara". Ni siquiera tendrán derecho al reparo quienes organizaron -es un decir- las celebraciones patrias de este año si les decimos que las fiestas del Centenario fueron memorables, en tanto que las del Bicentenario no dejarán memoria alguna, ni siquiera la del enorme y risible monigote que se quiso presentar como emblema de lo mexicano. Y ¿qué decir del Centenario de la Revolución? Pasó casi inadvertido, como si nuestros gobernantes no sintieran el hálito de pueblo en ese movimiento que quiso ser reivindicador y acabó postrando más a los reivindicados. Olvidadas están ya las recordaciones que hubo este año, como si nunca hubieran sucedido. Menester es ahora volver los ojos al futuro. No ha llegado aún, pero si nos descuidamos sabremos que ya está aquí... Le dice Rosibel a su mamá: "Creo que Libidio ya quiere formalizar nuestras relaciones. Hoy no se puso protección''... En una isla de los mares del Sur las lindas nativas vestían solamente una faldita, sin nada abajo, e iban con los senos descubiertos. El gobernador iba a visitar la isla, y el alcalde les pidió a las chicas que se cubrieran los senos al paso del dignatario. Ellas obedecieron: cuando pasó el gobernador se levantaron las falditas para cubrirse el busto... Contrajo matrimonio don Senilio, caballero otoñal, con Dulcilí, joven muchacha en flor de edad, pero ignorante de los misterios de la vida. La noche de bodas don Senilio se inclinó sobre su flamante mujercita y le dijo: "Te voy a dar un susto''. Reunió todas sus fuerzas el maduro galán, y consiguió apuradamente consumar las nupcias. El esfuerzo lo dejó exangüe, exhausto, exánime. Dulcilí, por el contrario, quedó en deseos de holgarse nuevamente en los deliquios de Himeneo. En urgente tono le rogó a su marido: "¡Dame otro susto, por favor!''. Agotado, se voltea hacia ella don Senilio y le hace: "-¡Bú!''... FIN.