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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Todo mundo conoce el famoso cuento titulado "El Vendedor más Grande del Mundo". ¿Lo recuerdan mis cuatro lectores? El gerente de la tienda lo felicitó porque el cliente compró un anzuelo, y el vendedor lo convenció también de comprar además la caña de pescar; un equipo completo de excursionista, con la correspondiente ropa y botas especiales; la tienda de campaña; una lancha; un remolque para la lancha y la camioneta para tirar del remolque. Le dijo el gerente con asombro al extraordinario vendedor: "El cliente quería sólo un anzuelo, ¿y tú le vendiste todo eso?". Replica, orgulloso, el vendedor: "Ni siquiera venía a comprar el anzuelo, señor. Llegó a pedirme una aspirina para su esposa, que tenía su cólico mensual, y yo le sugerí: 'Aprovechando que su señora no va a estar disponible unos tres días ¿por qué no se va usted a pescar?'"... Tal es el conocido cuento de "El Vendedor más Grande del Mundo". Pocas personas, sin embargo, han oído la historia de "La Vendedora más Grande del Mundo" . Este cuento, el primero de color subido con que empiezo el año, debe leerse con mucha precaución... Aquel señor tenía una farmacia. ("Farmacia", dije, pues si digo "botica" me sacarán la edad). Cierto día tuvo que ir al banco, y le pidió a su esposa que se hiciera cargo del establecimiento mientras él estaba fuera. Llegó poco después a la farmacia un jovenzuelo de modales finos. "Quiero un supositorio" -pidió con atiplada voz. "Tenemos éstos de color blanco -le dice la señora-. Cuestan 15 pesos cada uno". "Quiero uno más grande" -solicitó el mozalbete. Le informa la señora al tiempo que le mostraba otro supositorio de mayor tamaño: "Este de color negro cuesta 60 pesos". "No -lo rechaza el de maneras afectadas-. Quiero uno más grande todavía. ¿Qué precio tiene aquél?". "¿Cuál?" -pregunta la señora. "Aquel grande -señala el adamado-. El que tiene dibujos como de falda de escocés". "Ah, vaya -dice la señora-. Ese supositorio es muy caro; es el más caro que tenemos. Le cuesta 2 mil pesos". "¡No importa! -replica con ansiedad el jovenzuelo-. ¡Me lo llevo!". La señora envolvió la mercancía; el delicado cliente hizo el correspondiente pago y se fue muy contento con su adquisición. Poco después regresó el farmacéutico. "¿Cómo te fue? -le pregunta a su esposa-. ¿Tuvimos clientes?". "Uno nada más -responde La Vendedora más Grande del Mundo-. Pero le vendí tu termo de café en 2 mil pesos". (No le entendí)... Todas las filosofías, todas las enseñanzas religiosas, todas las tesis acerca de lo humano llevan a una misma conclusión: el fin último del hombre es la felicidad -ya sea en esta vida o en la otra-, y a esa felicidad se llega haciendo el bien. No creo que haya doctrina que se aleje mucho de lo que dice aquella frase. Hoy, primer día del nuevo año, yo me confirmo -y me bautizo- en esa sencillísima verdad, útil para servir no sólo como propósito de Año Nuevo sino también como programa íntegro de vida. Voy a tratar de ser feliz, y trataré también de hacer felices a quienes me rodean, pues sin ellos no puedo yo tener felicidad. Si hago eso, haré el bien. ¿Puede haber cosa mejor sobre la Tierra? La edad deja un sedimento en el vaso de la vida. Ahí hay escritas palabras de elemental sabiduría: ni dinero, ni fama, ni mentirosos éxitos pueden llenar el corazón del hombre. La felicidad no la dan los bienes: la da el bien. Con esa simple verdad empiezo el año. Que la felicidad nos acompañe, mis cuatro lectores queridísimos, y que vivan en nosotros los preciosos dones del amor y la paz... ¡Muy feliz año!... FIN.

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