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De pudor y liviandad

ADELA CELORIO

De impudor y desvergüenza prefiero no hablar, porque como muchos ciudadanos podría sacar chispas al constatar que una vez más, los diputados, senadores y agremiados, consiguieron que el presupuesto los considerara familia real, y además de la dieta -de engorda supongo- volviera a concederles prestaciones de lujo, comisiones especiales, regalos, y lo que se les va pegando por el camino. Por si todo esto fuera poco, seguiremos pagándoles -usted y yo, pacientísimo lector- sus carísimos seguros de gastos médicos.

¿Se puede saber por qué nadie les ha informado a estos depredadores de la existencia del ISSSTE para el servicio exclusivo de los burócratas como ellos? ¿Ahora ven por qué prefiero no hablar de eso? Mejor les platico una escena de liviandad que presencié la primera semana de noviembre, en que con la prisa que empieza a apretar en estas fechas, inauguramos la temporada Navideña con una pre-posada, que ofrecida por una millonaria empresa cementera, prometía al menos una cena decente. El frió de la noche era como un perro mordedor y el tránsito alucinante como siempre. De cena nada, y las bebidas tan abundantes como corrientes. Los anfitriones pusieron el énfasis del festejo en el atractivo visual que ofrecían un grupo de jovencitas que como anticipo del paraíso, esperaban a los invitados a la entrada del salón ataviadas con modernísimas botas de plataforma, antifaces de pendejuelas rojas... ¡y apenitas un poco más! Troqueladas en serie, las chicas lucían tetas monumentales, ombliguitos más o menos y monísimos traseros. Bonitas las muchachitas, cuerpudas ellas, pero... ¿no tienen frío?, le pregunté a la desnudita que tomó a mi marido del brazo para hacerse con él la foto reglamentaria. Sí... bueno... un poco, respondió la joven que por más que lo intentó, no pudo convencer a mi Querubín -que se retorcía como una almeja viva cuando le ponen limón- de que se acomodara al centro de las jóvenes para la foto. Visiblemente intimidado por la apabullante desnudez de las chicas, me pidió que fuera yo quien posara con ellas; y para no hacerles el feo, con mi mejor sonrisa artificial, me pare al centro del grupo. El resultado fue un tanto extraño: una señora totalmente acolchonada, rodeada de jovencitas en cueros. La fiesta, algo así como un casino de Las Vegas, pero de mentiritas (perdón por el pleonasmo) siguió su curso, y por más gracejadas que hacían las chicas no consiguieron llamar la atención de los señores que preferían apostar sus panchólares en la ruleta.

Imagino que lo que sucede es que después de las altas dosis de desnudez que consumimos diariamente, el ojo se habitúa y ya nada lo sorprende. Durante algunos meses de este año (y no sé si aún siguen ahí) un nutrido grupo de hombres, me parece que de Antorcha Campesina, protestó desnudo nada menos que en la Avenida Reforma de esta capital, donde es cada vez más frecuente recurrir al encueramiento como protesta. Apenas ayer, un grupo de mujeres lideradas por un exdiputado local y exfuncionario con denuncias por fraude y abuso de confianza, (el pan nuestro de cada día) armaron gran plantón semidesnudas, con el propósito de presionar a la ALDF para que autorice la construcción de dos edificios de más de seis pisos en una zona ecológica.

Más que sorprender con sus lonjas al aire, las protestantes se ganaron abundantes mentadas por el embotellamiento que provocaron. No hace tanto tiempo que el fotógrafo Spencer Tunick convocó a algunos miles de personas a fotografiarse en pelotas en el Zócalo capitalino. En un país pudoroso y pacato como el nuestro, la respuesta a la convocatoria fue sorprendente. Miles de personas acudieron al llamado y se sometieron dócilmente las indicaciones del fotógrafo: ahora parados, ahora acostados, ahora de frente, ahora en posición supina... las fotografías de Tunick, ofrecen a la vista algo así como un gran mercado de carne.

Las niñas bien que pavonean en las playas sus cuerpecitos esculpidos a mano, ya no le quitan el sueño a nadie; y cabe mencionar también el caso reciente de Atanas Mockus, el político filósofo y matemático excandidato a la Presidencia de Colombia, quien por un motivo que ignoro, se bajó los pantalones y enseñó las nalgas a sus discípulos universitarios. El desplante no le conquistó simpatías y por el contrario, perdió las elecciones por abrumadora mayoría. Por todo lo anterior, queda claro que ante el exceso de oferta, la desnudez está en franca devaluación.

Hoy, quien quiera atraer las miradas y capturar la atención, tiene que empezar por bajarle a la falda, subirle al escote y permitir que la imaginación del otro haga su trabajo. No se trata de pudibundez sino de mantener el misterio, de avivar la curiosidad y de activar el erotismo que es la parte más placentera de la sexualidad.

Adelace2@prodigy.net.mx

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