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De viajes y nostalgias

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Siempre me ha gustado la ciudad de México, y en algún momento dado de mi vida me hubiera agradado vivir en ella. Pero ahora ya no hay tiempo para ello.

Sin embargo, me gusta viajar hacia la gran capital de este maravilloso país. Por eso cuando me invitaron a impartir una charla allá, no dude en aceptar la invitación.

Sólo que en este viaje, tuve una sensación distinta a otras veces. Antes me sentía seguro en mi tierra e inseguro en México. Pero ahora fue al revés.

Me sentí seguro en la gran urbe. Recorrí a pie sus grandes avenidas y paseé por sus calles añejas cargadas de historia.

El centro de esa ciudad es bellísimo. Su catedral, el palacio nacional, el zócalo, el palacio de las bellas artes y las viejas casonas como la de San Ildefonso.

Recorrer sus librerías es una delicia y las de libros viejos, más. Se encuentra uno en ellas verdaderas obras de arte y sólo faltan si acaso, recursos pecuniarios suficientes para darse gusto.

Me encantan también sus restaurantes. Hay una variedad impresionante de ellos, desde los muy refinados, como Au Pied de Cochon o La Palma, hasta los muy sencillos en los mercados públicos, pasando por algunos no tan sofisticados, pero de muy rica cocina, como Los Almendros, ícono de la gastronomía yucateca.

¿Cómo resistirse a unos ostiones de Bretaña o a un buen trozo de carne o a unas tostadas de venado?

Ah!, y los grandes museos y teatros. Admirar en ellos los cuadros de Rivera, Kalo, Siqueiros, Tamayo y hasta la pintura de Santa Rosa de Lima de Fernando Botero. Todos son maravillas del arte y la belleza.

Aún puede uno pasear en esa ciudad sin grandes precauciones. Sus amplias alamedas y parques son una delicia de frescura y sosiego. No cabe duda de que ahí está concentrada la gran riqueza de México, por ser la capital.

Yo me siento feliz en esa ciudad y adoro tenerla a tan sólo una hora de vuelo. Siempre me sorprende con cosas nuevas u otras ya conocidas, pero que vuelvo a disfrutar como si fuera la primera vez.

Estando precisamente allá, me llegó la noticia de tu partida.

Llegaste a mi vida como un regalo y fuiste la prueba viviente de que todos los días, la vida nos obsequia cosas hermosas.

Fuiste una excelente compañera. Siempre callada, sumisa y obediente.

Te movías por la casa como una bolita de canela y te amé con todo el amor que se puede dar a un ser como tú.

Fuiste en mi vida de esos amores incondicionales que se pueden comprar con dinero y jamás disputaste mi cariño con nadie porque lo sabías tuyo y sólo tuyo.

Siempre te encontraba en el mismo lugar esperando mi llegada.

No había palabras, sólo bastaba un gesto, una caricia y el cielo se habría entre nosotros.

Hasta tu partida la hiciste en silencio, sin aspavientos ni alardes.

Sólo dejó de latir tu corazón y en el sueño partiste para siempre.

Compañera incondicional, aprendí de ti muchas cosas buenas. El valor de la fidelidad y la compañía incondicional, así como la alegría de un nuevo encuentro.

Te extraño ahora y sé que més te extrañaré en los días de invierno, cuando ya no te acurruques en mis pies.

Cuando no me busques para que te haga una caricia.

Cuando ya no me procures para que te proteja del acoso de tu compañero.

Me diste una buena vida y momentos muy gratos y por ello siempre tendrás un lugar muy especial en mi corazón.

¡Pero que digo!, al fin y al cabo eras sólo una perra... pero eras mi perra.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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