La renuncia del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont a su militancia al PAN, debido a la imposibilidad de cumplir un compromiso que contrajo frente al PRI usurpando la voluntad del que fue su partido, revela que la relación del Gobierno del presidente Felipe Calderón con la Oposición priista, ha transcurrido entre el desacuerdo y el secuestro político.
De acuerdo con la información disponible, a fines del año pasado Gómez Mont habría pactado con la bancada priista en el Congreso el aumento al Impuesto al Valor Agregado, contra el compromiso del secretario de Gobernación, en el sentido de que el PAN no haría alianza con el PRD y otros partidos, en las elecciones locales de diversos estados.
Es posible que Gómez Mont haya dado por supuesto que el rechazo a las alianzas se daría en automático en virtud de la sola inercia de confrontación entre ambas fuerzas PAN-PRD, hoy coaligadas en Oaxaca y Durango. El secretario de Gobernación no previó que la recreación del viejo sistema de Partido de Estado bajo los gobiernos priistas que imperan en diversas entidades federativas, daría pie a estas alianzas que lejos de tener su origen en las cúpulas de los partidos, surgen de las bases mismas de las organizaciones participantes que en los estados son Oposición, impulsadas por la asfixia que sufren las sociedades regionales bajo tales gobernadores que como señores feudales, funcionan sin contrapesos y sin rendir cuentas a nadie.
Es cierto que las alianzas no son mágica solución y su pertinencia depende de que hagan una buena propuesta en términos de plataforma electoral, de la calidad de los candidatos que postulen y del comportamiento de sus integrantes, cuyas organizaciones están obligadas a supeditar sus intereses partidistas a los compromisos contraídos en la coalición de que se trate, en aras del bien común de la sociedad.
Con independencia del éxito o fracaso electoral específico de las alianzas cuyo comentario nos ocupa, desde ahora tienen el mérito de propiciar el diálogo entre fuerzas políticas diversas y como consecuencia de enfrentar el extremismo imperante al interior del PRD, que a inicios del actual sexenio fue arrastrado por López Obrador a la aventura perniciosa de desconocer los resultados de las elecciones presidenciales del año 2006, hasta el colmo de considerar espurio al presidente Calderón y atribuirse el título de presidente legítimo.
Con su proceder López Obrador dio la razón a sus detractores al demostrar que es un peligro para México, incluso sin haber llegado a la Presidencia de la República como osadamente pretendía. El PRD está pagando el costo de tal radicalismo y en su caída en la intención del voto se ha llevado de encuentro al país en su conjunto, vulnerando gravemente el proceso de tránsito hacia la democracia plena.
En efecto, lo lógico habría sido que al inicio del sexenio se hubieran unido las bancadas del PAN y del PRD que en el Congreso hacían mayoría absoluta, a sacar adelante las reformas que el país requiere para dejar atrás de una vez por todas al viejo régimen, modernizar al país y acceder a la democracia plena.
En lugar de eso el liderazgo nefasto de López Obrador despeñó al PRD en el abismo del populismo malogrando toda forma de entendimiento con el Gobierno Federal y haciendo a la postre que muchos electores de centro y centro izquierda que en el 2006 votaron por el PRD, en las elecciones siguientes volvieran al redil priista espantados por el talante radical del Peje.
López Obrador profundizó al interior del PRD una escisión que divide a su militancia en múltiples corrientes, algunas de las cuales que se caracterizan por moderadas son las que buscan las alianzas con el PAN en aras de ofrecer una alternativa frente a la aplanadora priista que mantiene al Gobierno Federal como rehén y que amenaza al país con una vuelta al pasado.
Bajo las circunstancias descritas, de 2006 a 2009 el Gobierno de Calderón quedó en manos de una minoría priista en el Congreso que ofreció muy pobres ingredientes de gobernabilidad a cambio de lo que ahora se advierte como un verdadero secuestro del Gobierno. La desactivación de las alianzas PAN-PRD indebidamente pactada por Gómez Mont en el paquete de negociación con el PRI, tiene ribetes de traición en la medida en que el PAN ha sostenido una lucha histórica por separar el Gobierno de la política electoral del partido en el poder. La campaña de prensa que vitorea a Gómez Mont como héroe por haber renunciado al PAN en función de compromisos indebidamente contraídos, carece de sentido y substancia.
El oscuro pacto que se comenta no sólo denigra a Gómez Mont por ofrecer lo que desde un punto de vista institucional estaba fuera de su alcance sino al mismo PRI, porque dicho partido arrió su bandera de mantener intocado el Impuesto al Valor Agregado para obtener a cambio el descarte de las alianzas, burlando a quienes votaron por el tricolor en atención a la oferta demagógica de no modificar el IVA, cuyo aumento fue votado por el PRI en busca de un beneficio estrictamente electoral.
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