La economía está hecha un desastre por más que digan lo contrario las voces oficiales y los indicadores económicos.
No hablamos de México sino de Estados Unidos en donde el desempleo ronda el diez por ciento de acuerdo a los reportes escritos, pero en la calle pareciera que supera el 20 por ciento.
Luego de la recesión de 2009, la economía en Norteamérica proyecta crecer 3.3 por ciento en 2010 y el 2.9 por ciento en 2011, sin embargo en el primer trimestre del año apenas creció el 0.7 por ciento y dudamos mucho que estos números sean reales.
El desempleo, la caída en los bienes raíces, la baja en el sector productivo y en el nivel de confianza de los consumidores, han creado una situación muy compleja al grado que eruditos de la economía como Paul Krugman, se han lanzado a predecir una nueva depresión.
El ganador del premio Nobel coincidió con su colega Peter Morici de la Universidad de Maryland, quien advirtió que "la nación se encuentra en riesgo de una terrible calamidad".
En días pasados el mercado accionario de Nueva York cayó por debajo de los 10 mil puntos, situación que no ocurría desde octubre del año pasado. Días más tarde regresó a su anterior nivel, pero la desconfianza ante tan erráticos movimientos sigue en el aire.
La mencionada recesión tipo W está muy cerca de concretarse si persiste este ambiente de incertidumbre y nerviosismo.
La W se refiere a que la economía caiga de nuevo en un tobogán similar al registrado en septiembre del 2008 que llevó a la bolsa de Nueva York por debajo de los siete mil puntos y que provocó el cierre de cientos de empresas y la debacle de los sectores bancario e inmobiliario.
Sería terrible si se repite este escenario que colocaría a Estados Unidos y al mundo entero en el borde de la tan temida depresión económica que no se presenta desde el octubre negro de 1929.
Otro hecho muy preocupante, pero que casi nadie toma en cuenta porque los norteamericanos viven el final de su luna de miel con el presidente Obama, es el gasto exorbitante por las guerras de Irak y Afganistán.
Desde sus inicios en 2003, la actividad bélica en estos dos países ha costado al erario norteamericano la friolera de 3.2 billones de dólares, esto es 3.2 millones de millones de dólares. Se calcula que sólo en este 2010 se gastarán 1.08 billones en ambos territorios.
Por cierto un conflicto que inició el presidente George W. Bush por una venganza familiar y que ha resultado inútil y desgastante para los Estados Unidos.
Arrasar países enteros para combatir el terrorismo no es rentable ni efectivo, pero además ¿a quién se le ocurre implantar un sistema político y económico similar al norteamericano cuando en Irak y Afganistán viven culturas milenarias con sus propias tradiciones y religiosidad?
Las guerras han disparado de manera vertiginosa el déficit del Gobierno norteamericano considerado por analistas como una bomba de tiempo que estallará tarde o temprano.
En 2010 el déficit presupuestal de este país ascenderá a 1.75 billones de dólares, lo que representa el 12.3 por ciento del Producto Interno Bruto del mismo año. Este porcentaje es el más alto desde la Segunda Guerra Mundial cuando Estados Unidos se endeudó hasta el cuello.
La deuda acumulada del Gobierno Federal asciende a 14 billones de dólares, una cantidad difícil de comprender, pero para darse una idea representa más de diez veces el costo anual de las guerras de Irak y Afganistán, lo cual ya es mucho decir.
Así las cosas resulta difícil entender el optimismo del presidente Barack Obama y de sus colaboradores, quienes se comportan como si ya fueron superadas la crisis económica y la de confianza.
Obviamente no se conseguirá tal objetivo mientras se derroche en guerras, en la burocracia y en rescatar a grupos empresariales cuando lo prioritario es la creación de empleos, apoyar a miles de familias que están perdiendo sus casas y recuperar la confianza del inversionista pequeño y mediano.
Lo peor del caso es que mientras Estados Unidos no se recupere, el mundo entero seguirá sumido en el desaliento y la incertidumbre.