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Desencanto electoral

Apatía comprensible

Desencanto electoral

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Sergio Sarmiento

Antes las elecciones no generaban ninguna atención real en nuestro país. Un solo partido dominaba todos los procesos de manera que los resultados eran algo que se sabía mucho antes de que los votantes acudieran a las urnas. Al no haber competencia real no había tensión y, por lo tanto, tampoco interés. De hecho, no ha pasado demasiado tiempo desde las elecciones de 1976 cuando José López Portillo ganó la presidencia con el 100 por ciento de los votos válidos.

En los tiempos de la transición política el interés en los procesos electorales se acentuó. Los comicios de 1988, en los que hubo dos fuertes candidatos de oposición, el panista Manuel Clouthier y el izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas, llevaron a una fuerte participación de la gente y obligaron al sistema a recurrir a un fraude aparente para evitar el triunfo de Cárdenas.

En 1994, tras la revuelta zapatista en Chiapas, el asesinato del candidato original del PRI, Luis Donaldo Colosio, y el surgimiento de un fuerte candidato panista, Diego Fernández de Cevallos, hubo también un interés enorme en las elecciones. En el 2000 la gran participación de la gente permitió que por primera vez un candidato surgido de las filas de la oposición, el panista Vicente Fox, pudiera derrotar a un candidato priista. La personalidad de Andrés Manuel López Obrador, por otra parte, polarizó al país en 2006 y muchos mexicanos acudieron a las urnas para apoyarlo o para impedir que llegara al poder.

Ese interés por la política, sin embargo, parece haberse perdido. La gente común y corriente, la que no está involucrada directamente en la política o en las organizaciones que pululan en torno a ella, como los sindicatos, no muestra hoy el mismo entusiasmo por participar. Los propios políticos se han encargado de generar este desinterés. Con las modificaciones que han hecho a las leyes electorales, han alejado de la política a esa enorme mayoría que no es miembro de ningún partido. Pero además han generado una avalancha sin comparación en el mundo de anuncios políticos a los que las propias leyes electorales les impiden tener fuerza informativa o ser críticos.

Desde 2007, cuando se aprobó la nueva legislación electoral, hemos visto un retorno gradual al desinterés de otros tiempos. La participación de los ciudadanos ha disminuido de forma sensible. La imagen de la política y los políticos se ha deteriorado. En medio de la indiferencia de los electores independientes, el PRI, partido que tiene la mayor maquinaria electoral del país y que se ha vigorizado por la fuerza que han adquirido los gobernadores, ha regresado paso a paso al predominio sobre la vida política que tuvo durante mucho tiempo. Una de las consecuencias es el retorno gradual al carro completo. El PRI ha reconquistado incluso plazas como Torreón o Mérida que se habían convertido en bastiones del PAN.

El distanciamiento entre los ciudadanos y la política podría disminuir en 2012, sobre todo si los partidos realmente postulan a candidatos atractivos a la presidencia de la república. Pero con las reglas surgidas de la reforma de 2007 es muy difícil pensar que pueda haber un cambio de largo plazo. No hay razón para que los ciudadanos sin militancia puedan interesarse mucho en un sistema electoral creado para apartarlos de las decisiones políticas, para impedir las críticas a los políticos y para garantizar el retorno a un sistema de partido dominante.

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