Preguntan Jean-Claude Barreau y Guillaume Bigot: "¿Qué encontraríamos hoy en las cabezas de sus hijos? ¡Un caballero de la edad media con su armadura, cabalgando sobre un cohete interplanetario, a modo de caballo, en un lugar indeterminado!"
Se refieren al descuido que hemos tenido con las nuevas generaciones, al no enseñarles su herencia: la riqueza que da pertenecer a una cultura en particular, que genera orgullo y seguridad en sí mismo.
Si usted le pregunta a un adolescente: ¿quién es el padre de la patria?; quizá conteste correctamente, aunque si ahonda un poco más y le pide narre su biografía, muy probablemente titubee.
En cambio, si le preguntamos sobre Harry Potter o El Señor de los Anillos, ese muchacho vomitará un resumen de las andanzas de personajes ficticios, ajenos a nuestra cultura y muy apartados de la verdad, porque, seguramente, habrá caído en la tentación provocada por la publicidad y asistido al cinematógrafo a ver esas películas.
¡Les hemos permitido que pierdan la memoria!: de ¿quiénes son?, ¿de dónde proceden?, desconociendo el valor y riqueza cultural de nuestra historia, con sus héroes y villanos.
Ahora les privamos -por falta de insistencia y motivación- del disfrute de un buen cuento mexicano escrito; quitamos la oportunidad de imaginar escenas de paisajes, expresiones faciales o constituciones físicas de personajes nacionales e inspiradores.
Hoy día, todos esos relevos neuronales se van "enmoheciendo"; ya no hay que imaginar, porque las imágenes se nos presentan en el televisor a color y con efectos especiales, limitándonos la libertad para volar con la imaginación y enriquecernos con los pensamientos.
Ya no es importante leer, porque es más fácil escuchar, perdiendo de paso la oportunidad de escribir correctamente; aún peor: los símbolos han suplido al lenguaje escrito y ahora una letra "K" sustituye al "que" y el dibujo de un corazón -roto o no- a la palabra amor.
La modernidad también amenaza quitarnos otras habilidades.
El hombre de la prehistoria -aún no existía la escritura- tenía menor desarrollo intelectual, pero entrenaba a su sistema nervioso, manteniendo "lubricadas" las redes neuronales para escuchar mejor.
Su arcaico cerebro poseía un mejor y más eficiente bulbo olfatorio, que le permitía disfrutar el aroma de una flor, aún a considerable distancia; o identificar el olor de algún depredador que se acercaba.
Sus ojos, sin necesidad de gafas, podían definir en el horizonte la imagen de un ser querido, identificando, aunque no contaran con prismáticos; igual acontecía con otros sentidos, que finalmente son el medio de comunicarnos con el exterior.
Gracias a esos ejercicios neuronales, ahora gozamos de la herencia genética y el don del lenguaje preciso.
Se requirieron miles de años para mutar y mejorar; ahora, con el desarrollo de la escritura y el aprovechamiento de la memoria escrita, es cosa de corto tiempo.
Debieron pasar cientos de miles de años para que cambiara el color de la piel, por ejemplo; ahora se necesitan lustros para desarrollar nuevas habilidades intelectuales superiores, entrenando, desarrollando, reparando y mejorando las condiciones de nuestro sistema nervioso.
Pensar, imaginar y crear, son verbos que en cuestiones de inteligencia y razón van aparejados y el mejor ejercicio intelectual está dado por el uso de nuestros sentidos para comunicarnos y aprender.
Ver al horizonte o mirar las estrellas; tocar la tersura de la piel de un cachorro; escuchar el murmullo del agua corriendo por el río; disfrutar el aroma de tierra mojada por la lluvia, nos mueve a pensar, recordar, imaginar y crear imágenes de cultura: privilegios que los jóvenes no disfrutan.
Le invito a que motive a sus menores a descubrir el placer de leer, disfrutar los regalos de la naturaleza, identificarse con las historias de familia y la idiosincrasia propia, que luego de escuchar, pensar e imaginar, descubrirán que no hay nada más emocionante y fantástico que aquello que fue desarrollado por nosotros mismos o aprendido de los ancestros: nuestra cultura.
Cuando pensamos en que el mundo cambiará para bien, seguramente estamos acertando; nuestro planeta ha evolucionado y las culturas se entremezclan, pero así como debemos de aprender a cooperar entre nosotros para competir al exterior, igual tenemos la responsabilidad de transmitir la herencia en usos, tradiciones y costumbres, que es lo que nos hace peculiares como pueblo y nos distingue de los demás, dándonos sentido de pertenencia y orgullo, cargándonos de seguridad y autoestima para enfrentar los retos de la posmodernidad.
Lo invito a que induzca a los menores de su casa a profundizar en nuestra cultura; emocionarse con el mundo natural, más bello que cualquier otra cosa que hayamos creado con el avance de la ciencia y la tecnología.
¿Hace cuánto que usted no mira al cielo en una noche estrellada?
Quizá, por ello, los más jóvenes no se interesen y prefieran las series de televisión extranjeras.
Ydarwich@ual.mx