Lo único bueno de todo esto es que, cuando necesite copia de mi credencial del IFE o de mi licencia, ya sé dónde la puedo conseguir. Basta un buen contacto en la red, que es Tepito, o en la red de redes que es Internet, y ya estuvo. Porque si la solicito de manera formal, me crecerán las barbas del vecino en lo que me resuelven. Así que, me aplico. Digo, ¡puestos a imaginar cómo aprovechar el desaguisado!
La nota la dio El Universal esta semana al develar el expandido, y una vez leída la información, evidente tráfico de datos personales en México.
Si ya nos intuíamos vulnerables, lo que en estos días se ha expuesto sólo vino a confirmar los peores escenarios. Porque una cosa es pensar que puede haber filtraciones, otra evidenciar que lo raro es que nuestros datos personales estén protegidos.
De acuerdo con la extraordinaria investigación encabezada por María de la Luz González, en el mercado, y a la mano del interesado, está toda la información personal sensible: IFE, tarjetas bancarias, licencias, registros telefónicos, expedientes del IMSS, y lo que se puedan imaginar. Ahí está, cosa de tener interés y un poco de dinero.
Hay que aceptar que la nuestra, es la época más frágil en la que hemos vivido. Estamos interconectados, como nunca antes; publicamos cantidades de información personal, como nunca antes. Por lo mismo, y también como nunca antes, es la confianza el valor supremo de la era digital. Miremos a México: ¿cómo y en qué confiar?
A mí me han clonado varias veces mi tarjeta de crédito; he sido víctima de fraudes bancarios; mi CURP es casi fantástico, porque mi apellido está escrito en todas las variaciones posibles; y de ahí pa'l real. Asumo que esto es parte de mi actuar en un mundo interconectado. Lo grave es cuando uno pregunta, ¿y quién se hace responsable? Grillos, grillos, grillos... nadie.
Uno de los policías entrevistados por la reportera de El Universal le decía: compramos las bases de datos en estos "mercados alternos", porque de otra forma sería imposible. Grillos, grillos, grillos... nadie. Los datos que alguien debiera estar protegiendo, están en manos de todos, menos de uno.
Varias veces he comentado el peligro de abordar la realidad digital desde una acotada visión analógica. Llevamos años, algunos de nosotros incluso como cruzada personal, luchando por una legislación que permita la protección de los datos personales, de manera sensible, flexible y vinculante. Me dirán que en estos días se comenzó a aprobar tal legislación en nuestras cámaras. Y me encanta saber que serán castigados quienes vendan, trafiquen, mal-utilicen las bases de datos. Nada más que les tengo una mala: esas bases de datos hace tiempo ya están en manos de otros. Y sí, claro, confío plenamente en que se perseguirán los delitos cometidos.
¿Por qué habría de dudar? Si sirve de algo, que este desaguisado nos recuerde que en la era digital, aun si nuestra nostalgia escénica nos impulse hacia ese pasado que fue mejor, tenemos que pensar a ritmos digitales. Sí... el tiempo, los tiempos, sí importan.
Y movernos. Sorprende un poco que ante el agravio manifiesto, la reacción del respetable sea de encogimiento de hombros y un despectivo ¡¿qué esperabas?!
Pues esperaba, espero, que esto nos indigne, que exijamos que los datos que debemos dar al Estado, estén protegidos; que asumamos que la violación será penada; que pretendamos que las reacciones no sean débiles ni erráticas, de culpar al usuario y no al proveedor de servicio; que demandemos una ciudadanía digital que se entienda en los peligros, y las oportunidades, de la visibilidad interconectada en que vivimos. En fin, sigo esperando.
Yo registré mi celular en el Renaut, aun a sabiendas de que serviría para salva sea la cosa. Pero quiero creer que si lo empujamos, algo de esto algún día funcionará. Si no, nos quedaremos como estamos: desnudos, expuestos, pero, sobre todo, paralizados.