Con motivo del Carnaval se me ocurrió que podría disfrazarme de mí misma. De la mujer especial que llevo en el corazón, pero que no consigo echar a andar porque la vida con sus exigencias me conduce tercamente a la impaciencia, a la frustración de diferir mi verdadero yo, para un día que nunca llega. La realidad cotidiana con sus altas dosis de esfuerzo, y la energía que consume apuntalar a mi Querubín en plena crisis y mantener en pie la casa con la mitad del presupuesto acostumbrado, impiden que se manifieste la mujer serena y gentil que -muy en el fondo- soy, pero que queda oculta tras mis malos modos.
Es Carnaval -me dije, y tal vez podría enseñar mi verdadero yo para que nadie me reconozca. ¡Total! será sólo por tres días. Desde luego cuando tomé tan ilusa decisión, no estaba preparada para el alud de preguntas que suscitaría algo tan sencillo como permitirme ser la que realmente soy, porque ¿cómo soy? ¿cuáles son mis convicciones? ¿cómo definiría mi identidad? ¿por qué cuando escucho el eslogan de "Orgullosamente mexicano" que con motivo del bicentenario nos impone el radio y la tele a todas horas; me pregunto ¿orgullosa de qué?
Amo a México porque aquí, hundidas en esta tierra están mis raíces, aquí mis amores y mis amigos, aquí mis quehaceres y el sol que me cobija. Me siento orgullosa de nuestra libertad que tanto ha costado a tantos, pero que desgraciadamente veo restringirse día con día en nombre de la seguridad.
Saco el pecho orgullosa cuando pienso en nuestra Universidad Nacional y en los mexicanos que creemos en ella como el único vehículo seguro hacia el país que queremos. Me enorgullezco de nuestros poetas, de nuestros luminosos escritores como Octavio Paz, como Carlos Fuentes o la hormiguita laboriosa y humilde, que es Elena Ponitowska.
Cuando me entero de que la mexicana Alondra de la Parra toma la batuta para dirigir la orquesta en las salas más prestigiadas del mundo, o de que Lorena Ochoa con disciplina y esfuerzo se ha ganado su lugar entre las mejores golfistas, siento orgullo ajeno.
Por aguerrida, por irreductible, por luchadora, porque cree en la educación como única vía de progreso, y no duda en invertir lo más esencial de su gasto en la educación de sus hijos, y vía impuestos, hasta la de los ajenos; la clase media mexicana me enorgullece.
Aunque con prejuicios clasemedieros cómo discriminar a nuestros hermanos hasta por la ropa que visten (ni modo, no hay nada perfecto) también somos capaces de perseverar en el trabajo, en el esfuerzo, y en nuestra fe en la Guadalupana.
Creemos en las buenas costumbres (aunque para sostenerlas haya que echar mano de altas dosis de hipocresía) y no andamos de mitoteros. No tenemos tiempo para tomar el zócalo ni para desnudarnos en las calles en protesta de nada (y conste que nos sobran razones) porque trabajamos todo el santo día para poder saltar de crisis en crisis sin perder el equilibrio.
Por todas esas razones y muchas más; me enorgullezco de la clase media a la que pertenezco. Soy mexicana y amo a mi matria, pero no soy de andar con nacionalismos porque creo de todo corazón, que cualquier país por pequeño que sea, vale tanto como el que más.
Todas estas reflexiones me llevan a la conclusión de que disfrazarme de la que creo que soy sería imposible, porque igual que todos los mexicanos, soy de chile, de dulce y de manteca; y esa mujer especial que creo que soy, sólo existe en mi imaginación.
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