Hace varios meses enfrento el larguísimo trámite de la jubilación, desde entonces, me percibo inmersa en una soledad antes desconocida, he perdido la relación con amigos y colegas a quienes me resisto hacerles una llamada a falta de temas que antaño compartíamos. Abro la computadora y me pregunto si tiene sentido revisar los correos, que hoy llegan en menor cantidad; mi teléfono celular enmudece por horas y tardíamente lamento haber dedicado más de treinta años de mi vida para encontrar al final de este recorrido un gran vacío existencial en el que los días me parecen una eternidad, carente de retos y grandes motivaciones.
No falta quien de buena fe, me recete dedicar mi tiempo a la lectura, los viajes, el aprendizaje de nuevas disciplinas; convencidos de que el mercado laboral está vedado para quienes hemos cumplido más de cincuenta años. Al parecer somos descartados y se nos concibe sin matices como personas inactivas y "pasadas de moda" con un destino que no demanda más que esperar y de ser posible, con paciencia y sin ocasionar molestias, la inevitable hora en que la vida se apaga.
Para algunos, sin duda más optimistas, esta etapa está enmarcada por el gozo de la familia, el descanso, la liberación de un horario y de las disciplinas de trabajo; en lo personal, me ha significado tristeza, desencanto y una intensa, pero infructuosa labor por convencerme sin mayor frustración de que la experiencia, el compromiso y la permanente capacitación, carecen de mérito frente al creciente culto a la juventud.
Analizo la vida de hombres cuyo legado justamente fue generado en edades avanzadas. Einstein, Churchill, Gaudí, Picasso y literatos como García Márquez y Vargas Llosa, estos últimos enriquecen aún el panorama de las letras a pesar de haber cruzado el umbral de los sesenta. Mientras, me observo frente al espejo y en un acto de insensatez me imagino que unas dosis de botox podrían desvanecer además de las arrugas el espejismo de la edad.
Nuestra cultura y el entorno social nos han llevado a concebir la vejez como el sinónimo de la inutilidad y de una vida devaluada donde la inequitativa competitividad prevalece en el ámbito laboral, donde se inserta una pléyade de jóvenes empeñados en darlo todo y sin chistar aceptan los míseros salarios que brindan los empresarios en su afán de mantener una nómina más reducida, menos onerosa, sin desconocer el costoso proceso de aprendizaje que demanda su desempeño. En este escenario no tiene cabida la ausencia de quienes conocen el trabajo y han encarado situaciones que obligan a actuar con esa serenidad que sólo se adquiere al paso de los años y tras inevitables tropiezos.
La pirámide poblacional se ha invertido en un número elevado de países, el porcentaje de personas mayores de 45 años ha crecido en forma desproporcionada; las políticas gubernamentales y de la sociedad en general proyectan modificar sus criterios, como paso inicial se proponen retrasar la edad del retiro; con estas medidas serán obligados a reconocer la capacidad y la experiencia como valores sustantivos que no pueden ser opacados por un rostro envejecido al que sólo le depara al ostracismo en el que se arroja a quienes llegan a la madurez.
Pronto y ante la crisis económica y un número creciente de "adultos mayores" habremos de esperar a que sea respondida una gran interrogante y con ella una infundada esperanza: ¿Ora qué hacemos con los viejos...?