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Domingo de Resurrección

ADELA CELORIO

Miren niñas, su madre quiere cambiar las cortinas y yo quiero que todos vayamos de vacaciones a la playa; como no podemos hacer las dos cosas lo pongo a votación ¿ustedes qué prefieren? Por supuesto mamá nunca pudo cambiar sus cortinas.

Con el mismo criterio que heredé de mi padre, me olvidé de la crisis, los gasolinazos, el aumento de impuestos y hasta de la guerra del narco, y por mayoría de votos (los míos valen el doble) el Querubín y yo partimos a Acapulco. A ese Acapulco de hoy dividido entre el ejército y el narco, y donde el turista acepta sin pestañear que un soldado con medio cuerpo fuera de la tanqueta y la metralleta lista para disparar a cualquier cosa que se mueva; patrulle las playas apoyado por aire con un helicóptero que amenaza con meterse por la ventana de mi casa que no es casa porque es un departamento que flota en las alturas de un noveno piso.

Esas son las reglas del juego que a nadie parece inquietar. Los niños saltan las olas, los mayores caminan tranquilos en las playas, y las jovencitas se rostizan el ombligo tiradas panza al sol. Debe haber un gen que nos transmite la inquebrantable alegría mexicana capaz de sobrevivir a todos los pesares.

Esa mexicana alegría que nos impulsa a acercarnos al mar cuando toca, aunque el abono de la hipoteca esté atrasado y la tarjeta de crédito rebasada. Nada ni nadie nos quita la alegría de acercarnos cada cual a un Acapulco al alcance de nuestros bolsillos. En la suave playa de Caleta, los hombres beben cerveza alrededor de grandes hieleras, mientras mujeres de cuerpos más bien atamalados, preparan tortas, tacos y arroz para alimentar al familión.

En las tranquilas aguas de Caleta los chiquillos flotan en llantas alquiladas, los jóvenes se aplican a capturar la vacación desde la cámara de sus teléfonos celulares, y la abuelita, sentada bajo una sombra, comparte cómodamente la vacación familiar. En Playa Condesa el panorama es bien diferente, ahí lo que priva son los jóvenes morenos que en mínimas tangas beben Margaritas y se dejan seducir por turistas mayores y adinerados.

Frente a los hoteles y bajo carpas bien estructuradas, los padres de familia se entretienen con el periódico y se aburren un poco con sus chiquitos mientras se llega el momento de volver a casa y retomar sus asuntos.

En la zona aspiracional de Acapulco Diamante, frente a las playas privadas de lujosos edificios protegidos como bunkers; los niños surcan la arena con sus cuatrillantas, las mujeres se pavonean exhibiendo cuerpos de caderas breves, panza de lavadero y pechugas de silicón; mientras meseros uniformados sirven los tragos acompañados de zanahorias baby y tallos de apio con queso reducido en grasa. En fin, cada cual su playa y su modo de disfrutarla, los que nos unifica es la chispa, esa especie de leiv-motiv que mueve a los mexicanos a para que la vida no sea sólo un viaje hacia la tumba con la intención de llegar sanos y salvos, sino una carrera bordeando las crisis, con un buen taco de carnitas en una mano, una cerveza en la otra; y totalmente desvencijados, pero gritando ¡Guauuu, qué viajecito!

Ya sabemos que la vida es corta y por eso nos despojamos del luto que anteriormente nos imponía la Santa Semana, y en lugar de visitar las Siete Casas hoy visitamos hoteles, aeropuertos y restaurantes; aunque eso sí; el Domingo de Resurrección, volvemos a vestir decorosamente para correr jubilosos al altar de Dios y ¡Aleluya!, celebrar ahí con flores y cantos el gran acontecimiento que instaura el cristianismo. Espero que como nosotros, ustedes también estén ya en su casita reposando las vacaciones.

Adelace2@prodigy.net.mx

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