En el hospital de traumas de la capital dominicana, Claudia Martínez adoptó una misión muy particular e importante para más de 150 haitianos heridos en el terremoto: peinarlos.
En el hospital de traumas de la capital dominicana, Claudia Martínez adoptó una misión muy particular e importante para más de 150 haitianos heridos en el terremoto: peinarlos.
La delgada mujer trae consigo una canasta repleta de elásticos de colores, un pote de vaselina y un peine que usa para hacer sentir a la gente "limpios y por lo menos un poquito mejor". Es una labor que se toma con mucha seriedad.
Desde que al día siguiente del terremoto de 7 grados que devastó Puerto Príncipe el 12 de enero comenzaron a llegar personas con traumas severos al hospital Darío Contreras, Martínez acude todos los días a cumplir con el servicio voluntario que ofrece.
Empezó desde que en 1992 una prima suya tuvo un accidente "un día yo la empecé a peinar y ella me decía que eso le hacía sentir tan bien, que después de eso, he seguido viniendo" dos veces por semana, relató la mujer de 31 años.
No entiende el creole, la lengua con que se comunican los pacientes haitianos, pero Martínez les habla en español, les hace señas y sonríe. Algunos en medio de su dolor le devuelven el gesto.
"Es bueno que alguien los cuide, aunque sea así", afirmó Martínez, quien además trabaja algunas horas como ayudante en una clínica dental.
Y no es que le falte cuidados a los 169 pacientes que han llegado al hospital, donde los médicos trabajan horas extra para cuidarlos; pero muchos de ellos están completamente solos porque han perdido a sus familiares o no saben a dónde fueron a parar.
Las heridas, miembros amputados, yesos, vendajes y esporádicos lamentos no asustan a la voluntaria dominicana, porque cuenta que ya está acostumbrada y hasta le hubiera gustado ser enfermera pero no recursos ni siquiera para aprender a leer.
"A mi sí me gusta que venga", dijo tímidamente Julienne Billiard, de 13 años, quien llevaba sus pequeñísimas trenzas reunidas en varios grupos y aseguradas con elásticos de colores, marca inconfundible de que ya había pasado por las manos de la peinadora.
La jovencita que leía un libro de cuentos en francés, mostró su muslo atravesado por un metal que los médicos le pusieron para recomponer sus huesos y espera poder volver a caminar. No recuerda cómo llegó al hospital pero dijo ser afortunada porque su mamá, que tiene varios golpes en la cabeza, está con ella.
El viaje desde Puerto Príncipe hasta Santo Domingo no fue tan fácil para Jacqueline Ortiz, de 11 años. Su papá que vive en la República Dominicana fue a buscarla al no tener noticias de ella y sus hermanos, la encontró herida y así la trajo. Pero en el regreso, tuvo que pagar sobornos para que en algunos puestos de vigilancia lo dejaran pasar, contó Claribel, que acompaña a su hermana en una sala atestada de niños con golpes severos.
El lugar con 250 camas y 60 camillas, ha albergado hasta el jueves a 169 haitianos, de los cuales han operado a 72, entre ellos nueve de columna vertebral y han debido amputar a otros nueve.
"Hemos tenido que colocar camillas hasta en los pasillos principales, como éste que es el pasillo de entrada, pero nos hemos visto en la necesidad", dijo el encargado de relaciones públicas del hospital Darío Mañón.
El funcionario dijo que el personal está ampliamente capacitado, pero no se dan abasto, aun cuando el mismo jueves llegaron 10 médicos rusos para ayudarlos con las cirugías pendientes. Además, necesitan materiales quirúrgicos especializados como clavos y herramientas ayudar a reparar los huesos rotos de tantos pacientes.
"Han sido muchas horas de trabajo, pero el personal está acostumbrado, Hay mucha vocación que se ha aprendido a tener sobre la marcha", indicó Mañón. "Es como practicar medicina de guerra. En poco tiempo tienes que decidir si amputas una pierna o la salvas. En la medicina regular tienes horas para hacer varios intentos por salvarle la pierna a alguien, aquí no hay ese tiempo, la decisión es más drástica. Así es la realidad aquí".
