Está de moda ahondar a cada momento en los aspectos más negativos de nuestra vida nacional como si no hubiera asidero para justificar optimismo o razón o para tener fe en la capacidad de la comunidad mexicana para forjar una vida próspera y digna.
Por todas partes nos circunda una atmósfera que condena todo lo que hay en la República y muy especialmente en la vida política, como si los años transcurridos desde el 1910, que el mes entrante celebraremos, no ofreciesen sino ejemplos de fracasos y desaciertos.
Estamos asediados por comentaristas de radio, prensa y televisión que parecen haber hecho profesión del denuedo y de la acusación sin tregua, la crítica sin remedio, y el pesimismo sin esperanza.
En un país en que el quehacer político ha caído en prestigio hasta el grado de que la ciudadanía no encuentra figuras nacionales que sean dignas de respeto, el que el Senado haya reconocido a Luis H. Álvarez como merecedor de la medalla Belisario Domínguez es un hito que ventila al ambiente con nuevos y muy necesarios aires.
La personalidad de don Luis trasciende partidos por el simple peso de sus virtudes ciudadanas. Sencillo en personalidad, claridad en sus conceptos, ha sido desde que entró a las lides de la política una muestra de lo que hay que aportar a ésta: limpieza de convicción y serena valentía. En cada una de sus batallas demostró cómo se promueven los ideales y cómo se inspira a millones de ciudadanos ansiosos por creer en la libertad y en la fuerza de su voto.
Hay algo más. Los antecedentes de Luis Álvarez son de hombre de empresa. El realismo que ello le marcó sirvió para conducirse y luego guiar a sus partidarios por vías de eficiencia. Su gestión como presidente municipal de Chihuahua fue exitosa en términos de administración de recursos públicos para obras sensatas y duraderas en beneficio general.
Fue precisamente en Chihuahua donde don Luis habría de realizar uno de los capítulos más trascendentes de la lucha que en todo aquel Estado tuvo que emprenderse contra la arbitrariedad del Gobierno priista. En el quiosco del Parque Lerdo, la huelga de hambre que sostuvo don Luis en 1986, con Francisco Villarreal y Víctor Manuel Oropeza, por el respeto a los resultados de las elecciones de ese 6 de julio, centró la atención de la República entera en la urgencia de llamar a cuentas a un sistema curtido en el abuso electoral. Simultáneo con la publicación del mensaje que suscribieron los tres ayunantes, apareció el pronunciamiento de los intelectuales que denunciaron que "los resultados electorales, 98% a favor del PRI, revelaban una peligrosa obsesión por la unanimidad... como para arrojar una duda razonable sobre la legalidad de todo el proceso".
Los que firmaron el desplegado fueron: Octavio Paz, Lorenzo Meyer, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Humberto Bátiz, Fernando Benítez, José Luis Cuevas, Juan García Ponce, Luis González y González, Hugo Hiriart, David Huerta, Teresa Lozada, Carlos Montemayor, Marco Antonio Montes de Oca, Elena Poniatowska, Ignacio Solares, Adalberto Villegas, Ramón Xirau e Isabel Turrent.
Fue a ese sitio, en el quiosco al lado del Paseo Bolívar, a donde llegó Heberto Castillo, presidente del PMT, a convencer a don Luis que suspendiesen el ayuno para, vivos, forjar una alianza entre luchadores por la democracia. De ésta, escribe don Luis en sus memorias: "La invitación fue un reto: una ambición osada como todas las ideas de Heberto... Los dos, de partidos políticos distintos, de ideología aparentemente antagónica, estuvimos unidos por el respeto a la vigencia del Estado de Derecho, los valores democráticos y los derechos ciudadanos. Su propuesta me convenció y me hizo recordar la frase de Agustín de Hipona: "Unidos en lo principal y diversos en lo accesorio".
Con el ayuno como protesta pacífica de Luis H. Álvarez de 1986, se inició una etapa renovada de lucha por el sufragio efectivo a través de organizaciones cívicas plurales, la primera de las cuales nació entonces como el Movimiento Nacional Democrático conformado por el PAN, PSUM, PMT, PSD y el PRT. Después habrían de venir entre muchas otras, ADESE, el Consejo para la Democracia y Alianza Cívica, todas compuestas en la variedad pero férreamente unidas en la defensa del voto. No se detuvo ya la insistencia, siempre dentro de la Ley, para que se reformaran las instituciones y los sistemas electorales que ahora son su fruto.
La epopeya de Belisario Domínguez la continuó Luis Álvarez y todos sabemos que la democracia y la igualdad que don Luis subrayó al recibir la presea son las tareas aún por alcanzar. Tareas para cada uno de nosotros sin excepción.