Tras la captura de Jacobo Tagle, a quien buscó por sus propios medios durante años, Isabel Miranda de Wallace ha vuelto a estar presente en todos los medios de comunicación dando nuevas muestras de valentía, pundonor y talento a partes iguales.
Su entereza para encarar a los asesinos de su hijo, Hugo Alberto Wallace, es sobrecogedora. Tanto como la claridad de sus ideas de justicia y la firmeza con la que está dispuesta a enfrentar lo que sea antes que renunciar a su causa. Sus entrevistadores suelen hablarle bajito cuando le formulan preguntas y, con mucha frecuencia, se quedan mudos con las respuestas. No conozco a nadie que no le tenga respeto a este bello compendio de templanza, coraje y prudencia.
Sin embargo, la causa de doña Isabel es también una prueba de nuestros fracasos y de nuestras desdichas como sociedad fracturada. Si la conocemos y la admiramos no sólo es por que existe el crimen organizado, sino porque las autoridades han sido negligentes para enfrentarlo y porque están infiltradas por los mismos criminales a quienes dicen estar combatiendo. No hemos escuchado con atención lo que nos ha dicho la señora Miranda en el largo y tortuoso camino que ha recorrido para localizar, denunciar y conseguir la captura de los secuestradores y los asesinos de su hijo. La vemos asombrados e incluso incrédulos, pero no estamos poniendo suficiente atención a su historia.
Doña Isabel nos ha demostrado que es posible localizar a los criminales cuando se pone en marcha una cadena básica de investigación. Ella no echó mano de recursos sofisticados para saber quiénes eran y dónde estaban los secuestradores y los asesinos que le hicieron pedazos la vida. Bastó la punta de una madeja amarrada a una convicción, hacer preguntas en los lugares correctos, mucha paciencia, unas fotos, un par de nombres y anuncios espectaculares bien situados en busca de datos sobre los criminales, además de muchas agallas, para dar con ellos y situarlos inequívocamente. No fue cosa sencilla, pero su testimonio nos habla de la impunidad y el cinismo con el que pueden actuar y vivir quienes cometen los peores crímenes, porque saben que casi nunca les pasará nada.
Durante más de cinco años, doña Isabel ha presionado con insistencia a las autoridades, ya no para investigar, pues esa tarea la asumió por su cuenta, sino para que al menos atrapen a los criminales localizados y para que no los dejen salir enseguida por la puerta de atrás. Al primero de la banda lo acorraló ella misma con su familia y fue ella misma quien lo entregó a las autoridades. Por fortuna, no se hizo justicia por propia mano. Con la altura moral que ha demostrado tener con creces, ha preferido tomar con un brazo a los asesinos y con el otro empujar al Estado para que cumpla con su deber. Y dice que todavía le faltan "como 10 años" para que finalmente se dicte sentencia definitiva, con el más alto castigo disponible en la ley, para quienes secuestraron y mataron a su hijo.
El mes pasado, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos a doña Isabel "por su destacada trayectoria en la promoción efectiva y defensa de los derechos humanos de las víctimas del secuestro".
Ella lo aceptó con gusto, porque le ofrece una nueva ventana de oportunidad para seguir en su causa, pero la razón para dárselo no era esa que dice el acuerdo oficial, sino la de haber demostrado y enfrentado con éxito la red de complicidades, negligencias y corrupción que ha secuestrado al país, como la banda dirigida por Freyre que secuestró a su hijo.
Es preciso entender y acompañar la lucha de doña Isabel, porque no se trata de una venganza dolosa, sino de una increíble sed de justicia. Si hubiera querido, en medio de la impunidad en la que vivimos, la señora ya se habría cobrado ojo por ojo y diente por diente. En cambio, quiere que las autoridades hagan su trabajo, que la policía sirva y que los jueces juzguen, exigir justicia en su caso y que se haga por igual en todos los casos. No quiere privilegios: privarse de la ley para saciar su venganza, sino su opuesto: que nadie actúe al margen de la legalidad.
Es imperativo entenderla, porque todo nos dice que la extorsión y el secuestro serán cada vez más graves y más frecuentes en la medida en que la impunidad derivada de la negligencia y la corrupción siga protegiendo a los criminales. Y no todos somos como Isabel Miranda de Wallace, ni debemos convertirnos en héroes para imaginar que podemos vivir a salvo.
(Profesor investigador
Del CIDE)