De la vida misma
Aquel niño, de cara partida por el viento y el frío, nos jalaba del pantalón y nos repetía la pregunta.
¿Dónde está mi papá?
El padre Alberto Padilla García, que nos acompañaba, pasó su mano por los cabellos de aquel pequeño y le dijo:
Tu papá sigue en los Estados Unidos. Un día vendrá.
Las lágrimas empezaron a deslizarse por la carita llena de cuarteaduras de aquel pequeñín, y nosotros no sabíamos qué hacer, estábamos impactados por una pregunta y una carita llorosa.
El padre Beto nos llevó a recorrer ese pequeño rancho cercano a nuestro lugar de origen. Había otros niños que jugaban con pelotas de trapo y otros corriendo por entre las bancas de la placita.
Esta es la historia de estos pueblos, nos dijo nuestro amigo el religioso, y añadió: Gente que se va de bracero, mandan algunos dólares primero y luego desaparecen, se olvidan de lo que dejaron, incluyendo a los hijos, porque me da tristeza decirlo, allá hicieron otra vida y muchos ya tienen otra familia.
¿Y qué pasa con esos niños? Le preguntamos al sacerdote.
Se queda pensativo y nos dice:
"La madre no puede muchas veces con ellos y entran primero a la vagancia y a veces temprano a la delincuencia.
Han pasado los años. Esto que narramos lo vivimos hace 22 años. El padre Beto ya murió, joven y enamorado de su vocación religiosa y su afición por la fiesta brava.
El otro día nos asomamos a aquel rancho y las cosas siguen igual o peor. Hay niños abandonados y hogares donde falta todo, como si todo hubiera empeorado.
Un día, las gentes en el poder deberían recordar que en la geografía que atienden, hay niños abandonados y hogares donde falta todo. Algo se podría hacer y muchos particulares podrían dar la mano con campañas especiales para atender a quienes un día fueron abandonados a su suerte.