"El matrimonio no es
Una cosa por hacer, sino
Por rehacer sin cesar."
André Maurois
Para terminar con el tema del amor que nos impone este mes de febrero, sólo por aguafiestas quiero referirme a los peligros que ofrece la intimidad. Compartir la cama, el baño, la mesa... es, en la imaginación de los enamorados, la tierra prometida. Es habitar en un mundo perfecto donde el cuerpo y el alma retozan en el arco iris con música de violines. A las parejitas que imaginan la intimidad compartida como pura miel sobre hojuelas, me gustaría advertirles (aunque no sirva de nada) que en cuanto la convivencia empieza a mostrar su verdadera cara: prisas por la mañana, el baño ocupado, la basura que hay que sacar, la cocina que hay que limpiar, y el dinero que antes se destinaba a románticas cenas con vino incluido en algún restaurante de moda; debe gastarse ahora en pagar cosas tan ordinarias como el agua, la luz, el gas, la renta o la hipoteca, si la pareja no ha considerado todo esto antes de aventurarse a compartir la vida, la relación empezará muy pronto a rechinar. Y perdón, pero es imprescindible que me refiera también a la curva más peligrosa de la convivencia que es la pérdida del pudor.
Orinar con la puerta abierta o no levantar la tapa del WC mientras lo hacen, dejar el lavabo como si se hubiera bañado ahí una gallina, escarbarse los dientes "en confianza", rascarse los testículos desde el bolsillo del pantalón, las desnudeces fuera de lugar, no eliminar el aliento a centavito o peinarnos antes de dejarnos ver por la pareja; son impudores que desgastan la relación y con el paso del tiempo acaban por convertirse en ocultas causales de divorcio.
"Tengamos entre nosotros la misma cortesía que tenemos para un desconocido, porque donde hay confianza, da asco"; propone una amiga muy sabia cuando viajamos juntas. Y es verdad, la confianza genera descortesía. Mi Querubín, conocido por todos como un hombre gentil y detallista que nunca olvida acercar o retirar caballeroso la silla de cualquier mujer (que no sea la suya) y que se agencia siempre un encendedor para alumbrar el cigarrillo de cualquier desconocida; si yo no fuera flexible como la mujer de goma de los circos, ya me habría descalabrado varias veces con el encendedor, que como un piedrazo, me arroja desde donde se encuentre. Descortesías que nos permitimos cuando hay confianza.
Si añadimos a todo eso las nuevas circunstancias que enfrentan las parejas, como la preparación y autosuficiencia de la mujer de hoy, y su nula paciencia para bregar con los ancestrales abusos masculinos (falta de colaboración en los quehaceres domésticos, falta de equidad en la administración del dinero, trasnochadas del señor con los amigotes, o grave adicción a la tele) y por parte del hombre; la nula disposición a perder sus privilegios del macho mandón de los que seguramente gozaba su padre y su abuelo y encima el hecho de que soporte mal que su pareja gane más dinero o sea más exitosa que él y tenga proyectos personales. Total que razones no faltan para que asistamos a una suntuosa boda en la que se cuidó hasta el último detalle, y muy pronto nos enteremos que los novios que recién vimos enamorados y felices, están ya en proceso de divorcio, y por supuesto, en preparación para el regreso al juego de oferta y demanda de pareja: cambian de look, comienzan a hacer deporte, adelgazan, estrenan domicilio, compran muebles nuevos, empiezan a relacionarse con gente diferente y desde luego a calificar como apetecibles prospectos.
Más tarde o más temprano reinciden en el matrimonio y si no se han revisado y corregido los comportamientos, la convivencia con la nueva pareja acabará por convertirse en algo así como: "el mismo infierno con diferente diablo".
Ya sé que no estoy inventando el hilo negro, pero se me ocurre que antes de pensar en el divorcio, las parejas tendrían que mudarse de casa, de look, de muebles, abrirse a nuevas amistades y muy especialmente reestrenar la cortesía y el pudor olvidados en el camino, para rehacer el matrimonio con la misma pareja.
Estoy de acuerdo en que hay diferencias irreconciliables, pero a partir del número creciente bodas desechables, se me ocurre que quizá eso de casarse y descasarse tendría que tomarse con más seriedad, y antes que pensar en la fiesta o el traje de novia, las parejas deberían preguntarse si están dispuestas a rehacer antes que a cambiar de matrimonio.