Un mundo que se desdobla en todo y en cada detalle. Vivirán en dos culturas y se gozarán en ambas, serán bilingües y hasta políglotas.
El encuentro y choque de dos mundos es vivido por aquellas parejas biculturales que deciden formar un hogar. Para algunos representa una ganancia, si asumen asertivamente la riqueza de sus orígenes. Para otros, las diferencias dan lugar a un fuerte desgaste. El aumento en la migración mundial y la globalización sitúan cada vez a más personas en este escenario.
Una familia bicultural nace de la unión de dos seres humanos cuya nacionalidad es distinta. El fenómeno no es algo nuevo en el mundo. Se trata de un fruto de los movimientos migratorios y en este siglo XXI, de la globalización y de Internet. Se calcula que entre 1800 y 1914 la migración europea involucró a casi 50 millones de personas. En 1980, la población migrante en el orbe casi se ubicó en 100 millones y para 2005 se incrementó a 190, es decir, creció en 3.6 millones por año.
Más de 1,800 millones de usuarios navegaban por la red en 2009 (en nuestro país hubo más de 27 millones). Todo ello es ambiente propicio para la aparición de los matrimonios internacionales, cuya proporción es cada vez mayor: 15 por ciento del total de casamientos en España durante el año 2007, y la proyección señala un 20 por ciento para el presente año: un aumento del 186 por ciento entre 2000 y 2007. Vale la pena comentar que en México la población migrante creció un 126 por ciento entre 1990 y 1995, y disminuyó un 22 entre 1995 y 2005, para ubicar su cifra en 295 mil individuos.
SUS POSIBILIDADES
Luego del noviazgo, ese ‘estado temporal de locura’ donde la percepción y el pensamiento permanecen alterados, y en el cual se tiende a absolutizar lo positivo y a minimizar lo negativo, la pareja entrará en la zona de realidad para abordar los temas diferidos. Entre ellos se encuentran la religión (incluyendo el grado de ortodoxia), las tradiciones, la lengua, la comida, los roles de género, la administración del dinero y de los recursos en general, la práctica sexual, la infidelidad, el control de la natalidad y el número de hijos.
En México, hasta 2008 se daban 14 divorcios por cada 100 matrimonios. Dicha proporción es mayor en el caso de las parejas interraciales, especialmente cuando el apoyo familiar es inexistente o escaso, hay un alto nivel de dependencia interpersonal, se presentan diferencias graves en temas culturales, o se tiene una condición migratoria irregular y derivado de ello es preciso trabajar donde no se quiere o se tiene un estatus profesional o laboral menor que el alcanzado en el país de origen. Sin embargo, más allá de esto, la actuación de los protagonistas es crucial para construir una relación satisfactoria y psicológicamente saludable.
El vínculo intercultural se ubica, casi desde su inicio, ante un amplio horizonte de posibilidades, cargado de sorpresas. En ello radica su atractivo para mucha gente, y también su dificultad, pues los estímulos aparecen con rapidez y en diversas áreas de la vida. Hay ganancias, pérdidas, y al final de cada periodo es muy importante contar con un excelente estado de resultados, para compensar todo aquello que ambos miembros de la pareja dejan en el camino, tanto si viven en un tercer país como si se quedan en el de origen de uno de ellos. Si lo consiguen, estarán en condiciones de crecer integralmente y si es el caso de acompañar a los hijos por una ruta de bienestar, nunca exenta de conflictos, como toda sociedad humana.
SU RECORRIDO
Avanzarán por las etapas normales del matrimonio, empezando por desprenderse de sus familias de origen y encontrarse juntos ante el reto de convivir y disfrutar lo positivo y lo negativo. La disponibilidad, la apertura y la entrega son actitudes necesarias en ambos, desde la congruencia, la aceptación y la empatía recíprocas. Desprendimiento y encuentro son las fases iniciales, el cimiento indispensable para construir sobre un piso firme y seguro. Son tiempos de dos, que requieren intensidad, regocijo y profusa intimidad.
Con el primer embarazo y nacimiento ingresan en la tercera parte del ciclo, misma que activa el diálogo en torno a la educación de la descendencia. Se retoman las temáticas mencionadas anteriormente y se agregan cuestiones como el nombre para el neonato, su proceso religioso de iniciación, la intervención de los parientes (en especial de los abuelos), el idioma, el ejercicio de la disciplina y la escuela. Es un momento fundamental para consolidar lo alcanzado y avanzar hacia una integración de calidad. Así habrán de pasar entre dos y tres décadas, dependiendo del número de hijos, hasta que éstos emigren para ubicar su propio lugar en la vida, por estudio, trabajo o matrimonio.
El reencuentro, la cuarta etapa de la ruta, amerita de una pareja con actividad permanente, sin dejar de ser buenos padres. Así se hallarán con un vínculo renovado, adaptado a las cambiantes circunstancias y capaz de continuar enriqueciendo a cada uno de sus miembros. Un referente valioso se encuentra en los amigos, especialmente los compatriotas con quienes se cultiva el amor por la nación que no se olvida.
Finalmente, la vejez permitirá retomar todo el trayecto recorrido, rebosante de testimonios valiosos para quienes desean navegar por el mar de la familia bicultural.
LO QUE QUEDA
Un mundo que se desdobla en todo y en cada detalle. Vivirán en dos culturas y se gozarán en ambas, serán bilingües y hasta políglotas, su alimentación ofrecerá múltiples opciones, recibirán una amplia variedad de fiestas, vestidos, rituales, música y literatura. Tendrán una mirada diferente, comprensiva y abierta, para agradecer sus orígenes, su presente y su futuro. Sembrarán semillas de tolerancia por doquiera, sabrán de la soledad y la nostalgia, valorarán lo pequeño y lo grande, capaces de admirar lo bello en todas partes y de enfrentar lo adverso sin importar su rostro. Harán brillar la esencia, más allá de colores, dioses, himnos y sabores. El buen augurio espera beneficios para todos. ¿Qué será? El tiempo...
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