Como ya he platicado aquí alguna vez, mi familia ha bautizado a mi infalible teoría económica como "economía cebollera". En estos días se ensañan conmigo porque después del fiestón con que conmemoramos el bicentenario, me he permitido comentar que los ciudadanos tenemos derecho a esperar un poco más de sentido común de quienes disponen del dinero público.
Tengo la impresión de que los organizadores del festejo se portaron como esas familias que empeñan lo que tienen para festejar con todo fasto los quince años de sus hijas. Echaron la casa por la ventana para que tuviéramos una iluminación espectacular y lo lograron. Ante eso no tengo ninguna objeción porque la luz tiene connotaciones de vida, de esperanza y de alegría. Las verbenas en las plazas públicas y los conciertos en diferentes puntos de la ciudad estuvieron muy bien organizados y a pesar de las difíciles circunstancias en las que nos ha puesto el narco, muchísima gente se lanzó a la calle para disfrutarlas. La fecha merecía una gran celebración... pero no puedo dejar de pensar en el dineral que debe haber costado el "Coloso" que plantaron por sólo unas horas en el Zócalo para cortarlo en piezas y embodegarlo al día siguiente.
"Ni Villa ni Zapata ni Morelos, porque en mi opinión el país no necesita héroes. Los héroes del país son pasto de la demagogia y de las clases gobernantes", declaró Juan Carlos Canfield, el duranguense autor del gigantón anónimo. Respeto la opinión del escultor, pero sigo sin explicarme el gasto en tan efímera como absurda escultura. Tampoco encuentro relación alguna entre el tema de la fiesta y los inflables con forma de robots, de los indescifrables personajes dorados que desfilaron junto a Quetzalcóatl, ni de los cientos de voluntarios que disfrazados muy al estilo Televisa, marcharon también en representación de nuestra diversidad étnica.
¿No hubiera sido más fácil invitar a los genuinos representantes de nuestras diferentes etnias? Total, una visión incoherente, carnavalesca y mediática, carente de contenido histórico o identitario. En todo lo anterior está de acuerdo mi familia, pero lo que ellos llaman mi economía cebollera comienza cuando yo expreso mi idea de que lo razonable de acuerdo a nuestro difícil momento económico, hubiera sido invertir en regalos útiles y perdurables para el pueblo, como por ejemplo; que el partido verde, apenas como una pequeñísima retribución de lo mucho que se embolsa, nos obsequiara un Chapultepec remozado, limpio, con un área destinada a venta de alimentos, lavabos y WC suficientes y dignos, botes de basura localizables desde cualquier lugar, juegos infantiles y una jardinería a la altura de la celebración. ¿O qué? lo de verde sólo se refiere a los dólares para comprar las bolsitas de Louis Vuitton como la que llevaba su senador Arturo Escobar con un millón de pesitos para gastar un domingo en Chiapas?
Los priistas por su parte, beneficiarios de los grandes monopolios que les han sido otorgados por asociaciones convenientes, compadrazgo o parentesco, en lugar de tanta publicidad para convencernos de que ya se adecentaron, hubieran podido obsequiarnos algunas órdenes de aprehensión comenzando con la del "Gober Asqueroso", y otros tantos impunes que con toda desvergüenza forman en las filas de su partido, y llegado a este punto es imposible no recordar aquello de ¿Y Montiel, cómo durmió? Del PAN ahora en el poder, teníamos derecho a esperar como obsequio bicentenario, algunos campos deportivos, gimnasios, casas de cultura en los barrios pobres, con bibliotecas, computadoras y maestros disponibles. A los panistas les hubiera correspondido también obsequiar casas de apoyo y guarderías donde las mujeres, impedidas de abortar por principios religiosos, tuvieran dónde acogerse con la tranquilidad de que al nacer, sus hijos recibirían la atención y educación a la que tiene derecho todo niño mexicano.
Y pues ya arrancada con mi teoría cebollera, también me pregunto (y conste que no soy nacionalista) ¿quién tuvo la peregrina idea de contratar al australiano Ric Birch para organizar un festejo de cuyo sentido obviamente no entiende nada? ¿No había acaso algún o algunos mexicanos a quienes confiar la organización de un evento que a los doscientos años de la refundación del país; obviamente nos correspondía? Y por último, días antes del día más patrio de todos los días patrios, algunas calles fueron blindadas para la seguridad de los miles de asistentes que se esperaban. Policías en pleno uso de su pequeño poder revisaron de mal modo a la gente sin pedigrí. Los de pedigrí, bien señalados con una pulsera de color, fueron tratados con toda cortesía. ¿Será posible que doscientos años después del coloniaje, el lacayismo siga formando parte de nuestra identidad?
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