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Ecos electorales

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

Los resultados electorales del domingo pasado confirman que en la democracia mexicana no existen perdedores ni vencedores para siempre.

La jornada indica que el futuro del país de cara a las elecciones de 2012 no está definido, como quisiera un PRI obsesionado en una visión del país anclada en los viejos tiempos del "carro completo" y de la presidencia imperial.

El PRI obtiene una victoria pírrica en términos de la pérdida de su candidato en Tamaulipas, en virtud de un homicidio cuyo móvil político debe ser esclarecido. En Veracruz y Durango la intervención de los gobernadores oscurece los resultados con las sombras de fraude y violencia, generando conflictos de pronóstico reservado.

En el caso de Tamaulipas y Chihuahua, las entidades más violentas en el juego electoral del fin de semana, la votación alcanza apenas a un treinta y nueve y treinta y seis por ciento del padrón respectivamente, quedando el resultado a merced de la maquinaria electoral priista que cifra sus éxitos en un alto abstensionismo. He aquí al primer beneficiario político de la violencia.

Las elecciones pasadas han demostrado que las alianzas pueden ser exitosas o no serlo, en función de la seriedad de los acuerdos que las sustenten y la idoneidad de los candidatos propuestos. Hoy día se cuestiona la consistencia de los gobiernos que surgen de tales alianzas, los cuales serán integrados mediante acuerdos políticos en el marco de las instituciones como ocurre en todas partes del mundo.

En el caso concreto hemos visto cómo el impulso de las alianzas vino de la militancia partidista de base y de la sociedad misma, en un principio en contra de la opinión de los dirigentes de los partidos, y a ello corresponde la buena respuesta de los ciudadanos, en los casos en que tales alianzas han sido pertinentes y bien logradas.

Las alianzas de PAN y PRD salen airosas de la prueba al ganar Oaxaca, Puebla y Sinaloa, aunque el PAN pierde Aguascalientes y Tlaxcala y el PRD pierde Zacatecas. Esto último con la nota vergonzosa ofrecida por un diputado local priista y algunos funcionarios del Gobierno de Coahuila alquilados como mapaches electorales, que anuncia de qué especie y calidad serán las elecciones en Coahuila el año entrante.

Las alianzas no son la panacea sin embargo, en el caso concreto de nuestro país amenazado por la partidocracia y la vuelta al pasado autoritario, abren una oportunidad de ejercicio de concertación a los dirigentes políticos y de participación a los ciudadanos. A un año de que el pesimismo hizo llamadas insistentes a la anulación del voto, las alianzas ofrecen una bocanada de aire democrático a un proceso de transición a punto de asfixia.

No es cierto que el Gobierno de Felipe Calderón vaya a perder algo distanciándose del PRI, de quien ha sido rehén a lo largo de sexenio. Los acuerdos y alianzas del PAN con los sectores moderados del PRD, dejan atrás la impugnación infundada de la elección presidencial que dio vida artificial al radicalismo de López Obrador, hoy reducido a su verdadero tamaño, y al PRI le cayó del cielo una oportunidad de manipulación que mantiene a la Patria con el Jesús en la boca.

Las derrotas del PRI demuestran que pese a que los gobernadores priistas gobiernan sin contrapesos y van a las elecciones con una legislación a modo y un consejo electoral sometido, son gigantes con pies de barro (Daniel 2; 33,34) a los cuales se les puede vencer a golpes de participación ciudadana, como lo demuestra el caso de Sinaloa en el que la alianza PAN-PRD se alzó con el triunfo al sufragar casi un setenta por ciento del padrón, lo que constituye un récord histórico en esa entidad federativa.

El atraso de los sistemas electorales estatales hechura de los gobernadores, en relación con las disposiciones federales, obligan a un esfuerzo de homologación que aterrice en los Estados, la relativa mayor equidad lograda a nivel nacional.

Otras notas importantes del escenario son la dispersión del voto y la diferencia mínima en los resultados, que aunadas al hecho de que en lo general los candidatos no consiguen ser electos con el cincuenta por ciento más uno de los votos emitidos, plantea la necesidad de una reforma legislativa que incluya una segunda vuelta, que en el futuro refuerce la legitimidad de presidente y gobernadores.

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