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Educación para la igualdad de género

ROLANDO CRUZ GARCÍA

Una de las funciones más importantes de la escuela, es la de contribuir a la formación en los alumnos de aquellas capacidades que se consideran necesarias para vivir bien, es decir, para desarrollar actitudes y valores deseables, que revelen el ideal de hombre que nuestra sociedad necesita.

Al hablar de discriminación de género, suponemos señalar la ausencia de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y las evidentes insuficiencias de una educación que privilegie la integración de ambos géneros.

Los sistemas educativos más modernos, incorporan los principios de igualdad que contemplan las respectivas constituciones de sus países e incluyen la lucha contra cualquier forma de discriminación; los sistemas de enseñanza obligatoria se convierten así en puntos de referencia, por su capacidad para ofrecer idénticas oportunidades de instrucción y de experiencias de aprendizaje para todo el alumnado, independientemente de su posición social, económica, raza, sexo, etc.

La mejor forma de abordar estos importantes enfoques es a través de los ejes transversales, que no constituyen nuevas asignaturas, sino temáticas relevantes que se incorporan a las materias propiamente dichas; el modelo ético que éstos promueven tiene que ser asumido por la totalidad de la comunidad educativa, para poder trabajarlos en conjunto con los padres de familia y para lograr que cada alumno los interiorice y los haga suyos.

Estas enseñanzas, deben ayudar a distinguir el tipo de trabajo educativo que cada centro escolar promueve y al tratarse de contenidos escolares importantes y de gran trascendencia, su instrumentación debe ser ampliamente discutida por los colectivos de maestros, de modo que la asuman crítica y conscientemente y puedan formular más claramente el proyecto educativo de su escuela y por ende de cada uno de sus docentes. Para esto, es necesario destacar que los temas transversales abarcan contenidos de varias asignaturas y sólo pueden abordarse integrados a ellas y no como asignaturas independientes.

Cabe señalar que por mucho que se declare y proclame la igualdad de género, la propia naturaleza humana muestra con toda claridad que los individuos somos únicos, singulares y desiguales; por ello, desde los orígenes políticos, las sociedades contemporáneas se han inventado fórmulas empíricas para tratar de compensar las diferencias que esa naturaleza impone y que consisten en establecer la obligación moral y jurídica, de que todos los ciudadanos sean tratados en un mismo plano de igualdad.

En el contexto de la lucha por la igualdad de los derechos entre los sexos, existe una gran aportación, que es la de plantear la educación no sexista como un eje transversal en los diseños curriculares que van desde preescolar hasta la educación superior. En este ámbito educativo, dicha transversalidad es todavía un gran reto (cívico y moral) y su finalidad es el desarrollo integral de las personas.

Se trata entonces, de enseñanzas esenciales para la formación de la juventud y para su pleno desenvolvimiento en la sociedad; lo que se sugiere es evitar darles un tratamiento restringido, como si fueran contenidos programáticos, por lo que deberá convertirse en una parte sustancial del proyecto educativo de la comunidad.

El carácter educativo de estas enseñanzas es indiscutible, y la formación de la ciudadanía no puede plantearse sobre los supuestos de desigualdad imperantes en nuestra sociedad, es decir, debe evitarse lo que durante muchos años ha existido: dos modelos educativos, uno femenino y otro masculino, que reproducían ideas y valores cuya tendencia era establecer la supremacía del hombre.

La diferenciación de género en el terreno educativo se instauró en la mayoría de los sistemas escolares en los países occidentales, a partir de la segunda mitad del Siglo XIX, en el que la presencia de estos dos modelos ha servido para reproducir normas culturales de discriminación de género.

La institución escolar no se cuestiona aún el fundamental papel que ha jugado en el proceso de desarrollo de los códigos de género y su incidencia en la reproducción de roles, la división sexual del trabajo y las expectativas creadas por el profesor, los niños y las niñas, acerca de su feminidad y masculinidad.

Afortunadamente, en la actualidad se cuenta con un marco conceptual que permite plantear nuevos esquemas interpretativos de los significados de género, y el esfuerzo se centra en develar la visión sexuada de las ciencias, los estudios sobre la mujer, los esquemas de neutralidad y la redefinición cultural y social de ambos sexos.

El sistema educativo es, por lo tanto, el mejor contexto para conocer los mecanismos que vinculan los estereotipos de género; es decir, que es el espacio privilegiado para trabajar sobre la discriminación sexista y en pro de la equidad de género.

Como podemos observar, la educación no sexista, apenas comienza a discutirse, falta mucho por hacer, pero el uso de la transversalidad puede ayudarnos a incorporar estos deseables aspectos en los procesos educativos de nuestras escuelas; no es posible que aún existan comunidades en las que las niñas sean separadas de los niños y se les inculquen modos de comportamiento propios de tiempos inmemoriales, anacrónicos y desfasados de nuestra realidad actual.

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