Educación sexual
El sexo está presente en nuestra vida desde que nacemos e influye en todos nuestros roles, pero hablamos muy poco de él y cuando lo hacemos no siempre somos claros ni precisos. Particularmente, cuando debemos tocar el tema frente a nuestros hijos. Hablar de sexo con ellos nos resulta ‘incómodo’. Esta incomodidad surge de nuestros propios miedos y prejuicios.
Sin embargo sobre el sexo, las expresiones sexuales, las noticias, las escenas, los diálogos, las secuencias de novela, las películas... está plagada la televisión, Internet y quizá los diálogos de banqueta a la salida de las escuelas.
El sexo no es el tema más popular en las familias. La mayoría de los padres prefiere evitarlo hasta que -llegado el momento- los hijos pregunten. Pero los niños no suelen preguntar sobre temas que desconocen, o sobre los que sus padres no hablan. Difícilmente nuestro hijo acudirá a nosotros con una pregunta sobre sexo si detecta que ese tema no puede mencionarse o que nos pone incómodos. Prefiere vivir con la duda... o despejarla en otro lugar.
Por otro lado, si esperamos a que nuestro hijo nos pregunte, deberemos ajustar la información a lo planteado en la pregunta, en lugar de orientar nosotros la conversación. Esta falta de control puede dificultarnos la explicación y restarnos credibilidad. Además, cuando nuestro hijo nos pregunta es muy probable que ya haya hablado con otras personas y cuente con información (falsa o verdadera) con la que deberemos competir.
El sexo debería ser un tema como cualquier otro, no un tabú. Los padres debemos acercar gradualmente a nuestros hijos a su comprensión y no esperar que ellos acudan a nosotros con confusiones o ideas erróneas. Ignorar el tema sólo contribuye a aumentar sus dudas, incoherencias y temores.
Cuidado con el doble discurso. En muchas familias, aún persiste la creencia de que las hijas deben recibir una educación sexual y los hijos otra. Esto no hace más que perpetuar los estereotipos y trasmitir una doble moral: hay cosas que son correctas para los niños, pero no para las niñas. Por ejemplo, las niñas aprenden que el sexo debe ser acompañado de amor y que deben ‘reservarse’ para una persona especial. Por su lado, los varones aprenden que el sexo es deseable y que mientras más experiencia adquieran, mejor.
Los hombres y las mujeres son muy diferentes, pero sin olvidar que el sexo los une, por lo que remarcar las diferencias puede ser contraproducente. Si a unas recomendamos “no tengas sexo” y a otros “ten todo el sexo que puedas”, estamos siendo contradictorios. Acentuamos en nuestros hijos estar en disonancia con sus futuras parejas. Deberíamos educar con un espíritu de complementación, no de enfrentamiento.
Por más excelente y completa bibliografía sobre sexualidad que consulten nuestros hijos, la misma no alcanza para que comprendan el tema en su profundidad. La información no será efectiva, a menos que sea trasmitida con afecto y en el debido contexto: el cómo es tan fundamental como el qué. La explicación de los libros siempre debe ser acompañada de una conversación entre padres e hijos. No estamos tratando con un tema técnico, sino con uno muy personal. Así como no enseñamos respeto a nuestros hijos a través de un tratado filosófico, tampoco podemos educar su vida sexual por medio de un manual.
La sexualidad no puede ser guiada por el miedo ni por el prejuicio. En la educación sexual, no podemos dejar de transmitir a los hijos los valores de nuestra familia y de nuestra cultura para que actúen responsablemente, pero también debemos darles la libertad para cuestionar las creencias aceptadas y formar sus propios criterios.
Educar a nuestros hijos para que vivan su sexualidad con naturalidad y responsabilidad (no para que le teman, la censuren o la trivialicen), es facilitarles una cuota de felicidad en su vida adulta.
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