Por disposición constitucional el presidente de la república puede nombrar y remover libremente a los secretarios de Estado. Es una decisión que puede adoptar bajo su más estricta responsabilidad.
Por eso, nadie puede reclamarle al presidente Calderón, el por qué decidió nombrar a un perfecto desconocido y de poca experiencia en la secretaría más importante del gabinete.
Porque además, estoy convencido que Gómez Mont le aventó el arpa y el presidente no lo removió. Quizás lo único que le ha de haber pedido es que su salida fuera posterior a las elecciones que se efectuaron el cuatro de julio.
Sin el respaldo del PAN y más aún, en conflicto con su dirigencia, Gómez Mont se encontraba en una posición difícil. Y como el presidente optó por respaldar al partido, seguramente aquel prefirió hacerse a un lado, porque además, ni necesidad tiene del puesto.
Pero Calderón pierde a su mejor operador y a una persona confiable y congruente. Un hombre de palabra que cuando le faltaron a ésta no dudó en renunciar al PAN para salvar su prestigio.
El nuevo secretario, es un perfecto desconocido. Muy amigo del presidente, pero por sus antecedentes un ineficiente que difícilmente podrá operar políticamente en lo que resta del sexenio, suponiendo que lo durara.
Es obvio que Calderón optó por la lealtad frente a la eficiencia, pues el recién nombrado es muy su amigo, pero de ahí no pasa.
Se le olvido que es mejor nombrar a un individuo eficiente y luego hacerlo amigo, que nombrar a una amigo ineficiente.
Por eso, es posible que voces, como la de Porfirio Muñoz Ledo, tengan razón cuando afirman que hay que introducir un nuevo matiz parlamentario en nuestro sistema presidencialista.
En el sistema imperante, constitucionalmente hablando, hay algunas figuras propias del sistema inglés que se han estado aplicando en el nuestro desde hace muchas décadas, como son, por ejemplo, el veto y el refrendo.
Pero se mantiene la facultad del presidente de nombrar y remover libremente a sus secretarios. De ahí que quizás sea oportuno modificar la Constitución para que esos nombramientos sean ratificados o rectificados por el congreso.
De esa forma, se repartiría la responsabilidad del nombramiento y ya no quedaría al libre arbitrio del presidente, lo que pondría un límite al mismo y evitaría que se cometieran errores como el que ahora cometió Calderón.
Estrictamente hablando, el presidente sufre o goza las consecuencias de un buen o mal nombramiento. Pero en los tiempos actuales, también las sufre el pueblo, la ciudadanía.
En la administración pública, debe analizarse primero, el perfil que se requiere para el cargo y después, si quien lo tiene, es amigo o desconocido.
A veces es preferible optar por un desconocido al que después se hace amigo, que por uno conocido que se sabe no va a funcionar o con el cual se experimenta.
Echar mano de un perfecto desconocido revela a su vez que Calderón no tiene cuadros a los cuales llamar a su gabinete. Tan es desconocido Blake, que no lo dejan entrar a Los Pinos para tomar posesión.
No deja de ser, como dijeron por ahí, un paisano de Julieta Venegas, que también toca el acordeón.
Frente a figuras como Reyes Heroles o Manuel Bartlett, este hombre es un liliputiense que logró escalar a esa silla tan alta.
Gómez Mont, se va, pero con la frente en alto y su sucesor llega agachándola, con el solo antecedente de haber sido secretario de Gobierno en su natal Baja California.
Sí, creo que puede ser buen tiempo para acotar la facultad presidencial y pugnar así, porque lleguen al gabinete personas preparadas y con experiencia; y erradicar el amiguismo que se ha convertido en un lastre más para el país. Sobre todo, porque su utilización no es nueva.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la Palma de Su mano".