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El Bicentenario

Gran Angular

RAÚL RODRÍGUEZ CORTÉS

Gracias al privilegio de ser reportero estuve en París el 14 y el 15 de julio de 1989 durante los festejos del bicentenario de la Revolución francesa. Tocó al presidente socialista François Mitterrand ser el anfitrión de un centenar de presidentes, monarcas y primeros ministros convocados a honrar aquel hecho histórico que hizo de la libertad, la igualdad y la fraternidad las aspiraciones no siempre logradas por los Estados.

Los franceses, en ese contexto, celebraron orgullosos el acontecimiento fundacional de su actualidad como nación y dejaron monumental testimonio de la efeméride al inaugurar con un impresionante desfile militar el Arco de la Defensa, construido para acompañar en el extremo opuesto de la avenida Campos Elíseos, al que Napoleón llamó del Triunfo para inmortalizar su victoria militar sobre los imperios ruso y austriaco.

Desde esa nueva insignia y más allá del fasto protocolario, la fiesta tocó todos las barrios parisinos, con bailes, cánticos, disfraces, gorros frigios. Identidad y ánimo eran inocultables y creo que los franceses hubieran celebrado igual, aun sin estar acompañados por un gobierno que preparó la celebración hasta con dos años de anticipación y que incluso le reportó utilidades vía el turismo.

Aquella madrugada del 15 de julio de 1989, en el trayecto de una inevitable caminata por la indisponibilidad de transporte público, me imaginé festejos grandiosos para el Bicentenario de nuestra Independencia y el Centenario de la Revolución, de los que aún nos separaban 21 años. Parece que no será así. Claro está que se trata de festejar nuestra identidad como nación, motivo más que suficiente para hacerlo. Percibo, sin embargo, que una gran cantidad de mexicanos no tiene el ánimo para hacerlo porque las penurias personales y nacionales no le dan cabida.

Si a esto sumamos que el gobierno de Felipe Calderón no ha querido o podido estar a la altura de los centenarios acontecimientos -quizá por ignorancia, quizá por que la historia le vale un comino, quizá por que le incomoda lo que le sugieren aquellas convulsiones sociales en nuestra actual coyuntura o acaso por todo a la vez- quedan muy acotadas las posibilidades de un festejo que combine equilibradamente diversión y reflexión.

De ese descuido, deliberado o no, da cuenta lo ocurrido en la comisión organizadora de los festejos, creada por Vicente Fox el 19 de junio de 2006 con Cuauhtémoc Cárdenas como coordinador, quien cinco meses después, en pleno conflicto post electoral, renunció al encargo por considerar que los festejos se llevarían a cabo en un ambiente de crispación política y social, y de dolarización.

Calderón le transfirió la responsabilidad a Sergio Vela, quien fuera titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y después, el 18 de septiembre de 2007, al embajador Rafael Tovar y de Teresa, quien integró un consejo asesor conformado por connotados historiadores y académicos. Con ellos se definió un proyecto serio que contemplaba desde el fomento al conocimiento histórico hasta la obra pública, pasando, por supuesto por lo festivo. Pero sorpresivamente dimitió, se recurrió a la participación informal de Bernardo de la Garza, coordinador de Proyectos de la Presidencia y del empresario Fernando Landeros, hasta que se designó a José Manuel Villalpando, un historiador que en su reciente libro, "Batallas por la historia", compara a Calderón con Morelos (páginas 38 y 39) y afirma que "si Juárez no hubiera muerto sería panista" (página 77).

A Villalpando se atribuye que la obra insignia programada para el Bicentenario (El Arco de Luz en la Puerta de los Leones del bosque de Chapultepec) ni siquiera se empezara; que hiciera a un lado las recomendaciones del consejo asesor y desoyera su negativa a la exhumación de los restos de los héroes de la Independencia por ser más partidarios de la comprensión histórica que de las reliquias y por compartir la idea del ilustre Miguel León Portilla de que se trataba de una muestra "inverosímil con ribetes de macabro".

A mediados de julio pasado tuvo que entrarle al quite el secretario de Educación, Alonso Lujambio, quien ya presionado por el tiempo tuvo que justificar el incumplimiento en la entrega de las obras programadas y la exhumación de los restos óseos, además de organizar una fiesta masiva bajo la batuta del australiano Ric Brich que nos costarán poco más de mil millones de pesos. Esta noche veremos que resulta de todo esto.

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