Al inicio de la Cuaresma el Papa Benedicto XVI propuso como tema de reflexión la Justicia, como punto de partida para penetrar en el misterio de mal, cuya existencia lacerante es una incógnita irresuelta para el hombre de todos los tiempos.
Desde la pregunta introspectiva de San Pablo que se cuestiona: "Por qué no hago el bien que amo y en cambio hago el mal que aborrezco", hasta las más recientes escuelas de psicoanálisis, la interrogante es la misma para explicar los problemas de conducta que inciden sobre la educación, la criminalística, la terapia psiquiátrica, etcétera.
Respecto la Justicia, Ratzinguer parte de la definición de Ulpiano, jurista romano del siglo primero, que define la Justicia como la voluntad permanente de dar a cada quién lo suyo o si se quiere, en una traducción libre de la lengua latina, dar a cada uno lo que le corresponde.
Está de sobra decir que la definición de lo que es "suyo" o "lo que corresponde a cada quién", entraña a su vez un problema complejo que es objeto de tratamiento por muy diversas disciplinas desde la filosofía del derecho que implica el estudio de la esencia, de los valores y del fin u objeto del derecho, hasta la técnica legislativa, que es la fuente del sistema jurídico vigente en una época y en un lugar determinados.
Como complemento obligado, el Papa aborda el tema del mal como fuente de la injusticia es decir, como negación de la Justicia.
El Santo Padre cita a San Marcos que refiere a la ocasión en la que Jesucristo reprocha a los fariseos su obsesión por la observancia de preceptos meramente externos limitados a la pureza corporal, a despecho de la observancia de fondo de la Ley de Dios. En términos consignados por el evangelista, Jesús enseña a sus discípulos que el mal procede de las profundidades del Yo profundo del hombre, porque de ahí proceden las malas intenciones de voluntad que alentadas por la soberbia, derivan en los fraudes, los engaños, los homicidios y las fornicaciones que hacen impuro al hombre (Mc. 7,20, 23).
La enseñanza es pertinente en un mundo en el que impera la tendencia a no aceptar nuestra responsabilidad, en la medida en que nos negamos a reconocer que los males de nuestra vida pública no vienen de la estratósfera ni son obra de extraterrestres sino que emanan de nuestro interior y en cambio, vivimos en busca de culpables a quienes acusar de los males que nos aquejan como hombres de la sociedad de nuestro tiempo, y en tal sentido el Gobierno, la crisis o la mala suerte, suelen ser las excusas más socorridas.
En el plano de nuestra vida pública en la que los protagonistas gubernamentales suelen buscar culpables, los villanos favoritos en nuestro país han sido sucesivamente los gachupines, la Iglesia, y más recientemente los gringos imperialistas.
Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en un reciente libro publicado por Carmen Aristegui bajo el título Personajes de la Transición, que contiene entrevistas en torno al tema del tortuoso camino de transición a la democracia plena de nuestro país, hechas a diversos personajes de nuestra vida pública entre los que se encuentran al menos cuatro ex presidentes de México, políticos de todos los partidos, funcionarios electorales e intelectuales de diversas tendencias.
Todos los entrevistados coinciden en reconocer que el proceso referido se encuentra en riesgo de fracaso, pero al mismo tiempo, ninguno de ellos asume una sola responsabilidad propia en ningún sentido.
No esperamos que nuestros políticos como penitentes cuaresmales se flagelen aceptando toda la culpa al respecto, sin embargo, cualquiera reflexión sobre la realidad de nuestra vida pública nacional para ser útil como instrumento para remediar nuestros males y resolver nuestros problemas, exige de todos los involucrados un poco de humildad y si es mucho pedir, requiere al menos ser objetivos.
