Siglo Nuevo

El Chopo, hogar de la vanguardia

El Chopo trascendió la simple función de exponer arte para convertirse en un referente cultural, un circuito dinámico de enseñanza y libre expresión.

El Chopo trascendió la simple función de exponer arte para convertirse en un referente cultural, un circuito dinámico de enseñanza y libre expresión.

Miguel Canseco

El Museo del Chopo vuelve a estar en la mirada del público con su remodelación que mezcla tradición y vanguardia. Esta es una mirada a los ires y venires de un espacio público vivo, que ha marcado la historia del arte mexicano y que es punto de referencia imprescindible para nuestra cultura.

LA COLONIA SANTA MARÍA

Los contrastes de la capital mexicana parecen concentrarse en ciertas áreas, como la colonia Santa María la Ribera, vieja perla de la arquitectura del porfiriato hoy convertida en un sector popular, pero que mantiene un aire señorial. En su libro La frontera de cristal, Carlos Fuentes describe esta zona suspendida entre la grandeza y la decadencia en los siguientes términos: Más incierto entre su construcción y su derrumbe, ¿qué es nuevo, qué es viejo, qué está naciendo en esta ciudad, qué está muriendo, son la misma cosa? Entre las misceláneas y los corredores de comercio ambulante se abren calles donde surgen, en un capricho casi surreal, obras como el Templo de los Josefinos, la Parroquia del Espíritu Santo, el extraordinario quiosco morisco y por supuesto, el Museo del Chopo.

El barrio, que encarnó los deseos de elegancia y modernidad de una época, fue absorbido por la urbe y persiste como un híbrido de personas y espacios convertidos en puntos inconfundibles en el mapa de la metrópoli. Y tan entreverada como la historia de este asentamiento es la del museo que alberga, que con su reciente reapertura agrega un capítulo más a su rol innegablemente protagónico en la vida cultural del Distrito Federal.

EL MAMUT Y EL DINOSAURIO

El emblemático edificio del Museo del Chopo nació en 1902 en Alemania, como una estructura desmontable diseñada por Bruno Mohring, para la exposición de arte e industria textil organizada en Dusseldorf, Alemania. Al término de la feria, México compró la creación de Mohring y hacia 1903 fue reensamblada en la calle del Chopo de Santa María la Ribera. En ese tiempo le llamaban ‘el palacio de cristal’ o ‘el pabellón japonés’, ya que en 1910 alojó una magna exposición procedente de Japón, inaugurada por el general Díaz. Al término de dicha muestra el local fue rentado para instalar un museo de historia natural que se inauguró en diciembre de 1913, excelso proyecto que incluía un departamento de taxidermia, imprenta y carpintería, además de una extensa colección de animales disecados, insectos y una sección de química mineralógica. Poco a poco la afluencia de visitantes fue en aumento, y la gente comenzó a referirse al sitio como “el museo del Chopo”.

Quedan en la memoria de generaciones de estudiantes el descomunal esqueleto de un dinosaurio, la osamenta de mamut y las populares ‘pulgas vestidas’ que alguna vez se exhibieron en el recinto. Pero el tiempo hizo estragos en el edificio y para los años sesenta ya era un vetusto escenario, por lo cual la mayor parte de la colección se trasladó a un inmueble en la segunda sección de Chapultepec. El descuido y un largo pleito con los arrendatarios del lugar hicieron que éste quedara abandonado al punto de contemplarse la posibilidad de desmantelarlo y venderlo como chatarra, un razonamiento frecuente en nuestro país y que nos ha costado la desaparición de invaluables construcciones.

La vieja estructura seguía capturando la imaginación de los capitalinos, pero aunque era ya un emblema del norte del DF, en los albores de los setenta su futuro lucía más que gris.

ALBORES DEL ROCK

Tras nueve años de olvido, la obra de Mohring resistía los embates del tiempo. Haciendo uso de su presencia ominosa, la convirtieron en set de películas de terror como La mansión de la locura (Juan López Moctezuma, 1971). Afortunadamente en 1973 la UNAM emprendió una labor de rescate del edificio y en el 75 fue reinaugurado ya bautizado como Museo Universitario del Chopo (MUCH).

Desde su apertura se planteó una agenda múltiple, receptiva a todas las manifestaciones artísticas, con muestras de artes visuales, conciertos de música clásica y popular, teatro, danza, performance y cine. Rápidamente el Chopo trascendió la simple función de exponer arte para convertirse en un referente cultural, un circuito dinámico de enseñanza y libre expresión. Su versátil agenda obligó a una continua renovación de espacios, que se transformaron al paso de los años ajustándose a las necesidades de los usuarios.

Un ejemplo contundente de la influencia del Chopo es el tianguis cultural del mismo nombre, que nació en 1980 (cuando la escritora Ángeles Mastretta era directora del museo) planteado como un tianguis de música rock, y que de inmediato fue adoptado por los seguidores de las distintas vertientes de la música no comercial. El tianguis duró cinco años en las instalaciones de Santa María de la Ribera hasta que fue desalojado en 1985 y hoy en día se encuentra en la colonia Guerrero, siendo todavía un punto de reunión de las tribus urbanas de la capital, indiscutible ‘tierra santa’ del rock y franja de aterrizaje para las nuevas tendencias de la música alternativa.

Por las paredes del recinto resuena la épica de los primeros tiempos del rock mexicano, el movimiento rupestre que tuvo en Rockdrigo González (muerto en el temblor del 85) a su exponente más representativo, juglar inolvidable. Su voz aguardentosa hace eco en la historia del museo y aún se recuerdan sus versos, que retratan el perfil de una urbe melancólica y en expansión: “Vieja ciudad de hierro, de cemento y de gente sin descanso, si algún día tu historia tiene algún remanso, dejarías de ser ciudad”

ARTE PARA TODOS

Un reto para el Museo del Chopo ha sido caminar al ritmo de los tiempos, con el continuo cambio en las aproximaciones técnicas de los artistas, quienes adoptaron nuevas tecnologías en su trabajo. Así, se abrieron canales para el arte conceptual, se integraron trabajos de proyección visual y sonorización, con el objetivo de eliminar las barreras en la expresión artística. Todo este trabajo se dio sin perder de vista el contacto con el público, que asiste no sólo a las exposiciones y conciertos, sino a los continuos talleres de capacitación en las más diversas disciplinas artísticas.

Y es que justamente esa es la característica distintiva del Chopo: su vocación comunitaria, su diálogo continuo con los usuarios. Es común ver un flujo sui géneris de público de todas las edades, estudiantes, maestros y por supuesto las tribus juveniles en todas su vertientes.

Hace años que el concepto de ‘museo’ es cuestionado severamente, pues con el paso del tiempo la mayoría de dichos recintos se han reducido a meros almacenes de obras de arte, muchas veces desvinculados de un público que acude a ellos de forma pasiva. Esta situación no es aplicable al Chopo, que desde su misma ubicación se encuentra obligado a tender lazos con la comunidad. Pocos espacios culturales han despertado ese sentido de pertenencia que trasciende a sus funcionarios y se enraíza en los asistentes, quienes se sienten parte integral del proyecto.

EL CHOPO SE REPLANTEA

En 2006 la UNAM decidió cerrar el emblemático Chopo para hacer una remodelación a fondo, que se extendió por cerca de cuatro años. El prolongado cierre trajo fuertes críticas, aunque se implementaron programas que mantuvieron viva la actividad, por ejemplo “el museo fuera del museo”, consistente en presentar exposiciones itinerantes de buen nivel en áreas alternativas, como estaciones de metro -cabe decir que el colectivo de artistas del Taller El Chanate de Torreón formó parte de este programa.

La reciente reapertura del Chopo, largamente esperada, ha revelado un proyecto novedoso del arquitecto Enrique Norten, que literalmente ha construido un edificio dentro del edificio, respetando su estructura histórica y planteando superficies nuevas e ideales para exhibir las tendencias más avanzadas del arte contemporáneo en un diálogo entre dos obras arquitectónicas separadas por un siglo de historia y unidas hoy en su función como escaparate de las artes.

Acorde al boletín de prensa que la institución emitió para la ocasión, al inmueble se le sumaron un nuevo foro con 216 butacas, un cinematógrafo renovado y seis galerías, integrando así un total de más de dos mil metros cuadrados para exposiciones de artes visuales. Una auténtica renovación que respeta la misión social tan propia del local. “En esta nueva etapa, el Chopo continuará siendo un centro multi y transdisciplinario, sensible al debate, a la libre manifestación de las ideas y a promover la reflexión”, aseveró la directora del recinto, Alma Rosa Jiménez, con motivo de la reapertura.

Así, la experiencia del museo comienza desde Santa María la Ribera, continúa en la histórica estructura y se concreta en su nuevo edificio interior, en un recorrido que enlaza pasado y presente. Espacio de artistas, núcleo social, museo vivo, el Chopo es indiscutiblemente una parada obligatoria en el recorrido de la capital del país.

Correo-e: cronicadelojo@hotmail.com

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