Ni ir al baño
Ahora sí que vamos a pagar justos por pecadores. El fallido atentado de un joven nigeriano a bordo de un vuelo entre Ámsterdam y Detroit, incidente ocurrido la semana pasada, ha desatado de nuevo la paranoia norteamericana. Y como les suele ocurrir a nuestros vecinos del Norte, las respuestas han sido irracionales, de bote-pronto y tan ineficaces como las fallas que las provocaron en primer lugar. Al parecer, el sacar lecciones del pasado no es su fuerte.
El frustrado terrorista, un nigeriano llamado Umar Farouk AbdulMutallab, escondió una sustancia potencialmente explosiva en sus calzoncillos. Para lograrlo, sólo cargó con una cantidad pequeña y fácil de esconder: nada parecido a una bomba de explosivos plásticos o latas de jugo pegadas con cinta canela. El chiste era detonar la sustancia cerca del fuselaje de la nave, lo que causaría un agujero grandecito, aunque no daños estructurales. Pero la detonación ocurriría cuando la aeronave fuera descendiendo, de manera que los pilotos ya no pudieran maniobrar. Y así lo hizo el mentado AbdulMutallab. Cuando el avión iba a aterrizar en Detroit, armó la bomba en el baño, se dirigió a su asiento y ahí trató de detonarla. Por fortuna no le entendía bien al asunto, y sólo causó un flamazo. Algunos pasajeros, que ya han visto demasiadas películas de terroristas aéreos, se le echaron de a montón como a Juan Charrasqueado, y lo pusieron pinto y moro en un santiamén. Ni chanza le dieron de apagarse las llamas que le quemaban áreas sensibles de su humanidad.
La respuesta inmediata de las autoridades norteamericanas fue emitir una serie de reglas que no tienen pies ni cabeza. Se supone que cada vez que un pasajero de un vuelo internacional con destino a los Estados Unidos vaya al baño, deberá ser escoltado por un miembro de la tripulación, para que vigile que no se tarde demasiado. O sea que si el susodicho viajero anda estreñido, o encuentra dura la situación, puede ser interrumpido en tan delicado y lamentable trance.
Más aún: se supone que en ese tipo de vuelos nadie (¡Nadie!) podrá dejar su asiento una hora antes del aterrizaje. O sea que ni escoltado puede uno satisfacer elementales necesidades corporales. Por supuesto, un terrorista un poco más diestro que el bruto nigeriano puede armar la bomba dos horas antes, y santo remedio. Pero como que eso no les pasó por la cabeza a las autoridades norteamericanas.
Total, que habrá que prepararse para nuevas y enfadosas precauciones a la hora de volar a "la tierra de los libres y el hogar de los bravos".
Sin embargo, el problema no está a bordo de las aeronaves, sino en el pésimo funcionamiento de los onerosos y burocráticos aparatos de seguridad montados después del 11 de septiembre. Una vez más, no sirvieron para maldita la cosa, como bien apuntara ya el presidente Obama. Pero de aquí a que corrijan esos errores... váyase comprando pañales para adulto. Me temo que van a ser un implemento necesario para todo viajero internacional.