La generación de un servidor fue la última que nació y vivió un tiempo en un México que gozaba de estabilidad cambiaria. Durante toda nuestra infancia y parte de la adolescencia, el dólar estuvo a 12.50 pesos (Recuerden: antes de quitarle tres ceros). Esa paridad fija duró 22 años, hasta que la crisis de 1976 rompió el hechizo, y el peso se devaluó alrededor de 50% en los estertores del esquizoide régimen echeverrista.
De ahí en adelante, uno de los eventos más temidos por los mexicanos, más aún que quedar en el mismo grupo de Francia en un Mundial, era que nuestra cateada moneda sufriera una nueva devaluación. Y es que los efectos que ello ha tenido históricamente han sido devastadores. Y por ello muchos políticos ven en la devaluación de la moneda un reconocimiento automático de fracaso. Se dice que Salinas de Gortari no hizo los ajustes que requería el tipo de cambio en el otoño de 1994 declarando: "Presidente que devalúa, presidente devaluado". Como sabemos, Zedillo mandó todo al demonio en menos de 72 horas, y el "error de diciembre" se convirtió en una crisis de más de un año. Ah, y el peso se devaluó 120%, y continuó su deslizamiento en los años posteriores.
Todo esto viene a cuento por lo que está ocurriendo en Venezuela, en donde su muy chavista Gobierno anunció el pasado fin de semana la devaluación del bolívar, la moneda nacional. Ninguna novedad, realmente. En los once años del Gobierno de Hugo Chávez, la moneda venezolana ha perdido el 90% de su valor.
La reacción de los venezolanos fue tajante: invadieron las tiendas de departamentos que abrieron el domingo para comprar lo que se pudiera, antes de que la devaluación se tradujera, como suele ocurrir, en un aumento de precios. Las compras de pánico continuaron durante el resto de la semana.
La respuesta de Chávez ante esta situación fue típica de él: retó a los comerciantes a que subieran los precios, y así tener pretexto para nacionalizar sus empresas. Semejante bravuconada sólo sirvió para tensar todavía más un ambiente muy caliente, por esta nueva agresión a un pueblo que de por sí desde antes sufría el mayor índice inflacionario de Latinoamérica.
Para colmo, va a haber dos tipos de cambio regulados por el Gobierno. Uno para los productos de primera necesidad, y otro para las importaciones suntuarias y las realizadas por el Gobierno. De más está decir que ninguna de las dos tiene mucho que ver con la realidad. La diferencia en el precio del dólar entre la paridad oficial y la del mercado negro, anda por ahí del 200%.
Chávez tuvo que recurrir a esta impopular medida en vista de la fuga de divisas producida por una sociedad mucho más chacharera que la mexicana (que ya es decir), los excesos y fracasos del mentado "socialismo del siglo XXI" y la reducción de los ingresos petroleros. Nunca en sus once años en el poder Chávez se había visto más acosado por la realidad, y tan desacreditado a los ojos de su pueblo, cada vez más harto de que su país no funcione.